En Chile existe la costumbre de compararse con los países en general, pero especialmente con los vecinos, y no digamos con Argentina, como es fácilmente comprobable en épocas de sanidad y no digamos de pandemia.
Se trata de un fenómeno chileno, pero intuimos que también trasandino, así que mediante Zoom, conversamos con el conocido Facundo Venancio Arístides Juncal, sociólogo, cientista político y cantautor argentino.
—¿Se comparan con nosotros?
—Y nos comparamos con lo que nos conviene, porque así se sube la autoestima.
—¿Cómo así?
—Con frecuencia lo hacemos con ustedes.
—¿Por qué?
—Por una simple razón: siempre salimos ganando.
—¿Está seguro?
—Totalmente.
—Desde Chile pensamos que ganamos nosotros.
—Es normal.
—¿Acaso no estamos en los territorios del ciego delirio voluntarista, donde cotejarse mecánicamente no hace más que revelar la naturaleza ridícula y patética de cualquier tipo de comparación?
—¡Pero qué buena pregunta, che! Me recuerda la prosa periodística de Ben Bagdikian.
—¿En serio?
—Pero claro, en la línea de Max Weber, con ese famoso discurso académico sobre el cruce de la sociología de la prensa. Usted parece argentino-europeo.
—No, soy chileno.
—Me la podés repetir.
—Se me olvidó la pregunta.
—¿Conocés Lituania?
—No.
—Lo que más hacen los lituanos es compararse con los letones. ¿Y sabés la costumbre preferida de los letones?
—Compararse con los lituanos.
—Exactamente. Decíme, ¿conocés Rumania?
—No.
—Lo que más hacen los rumanos es compararse con los húngaros. ¿Y sabés lo que no pueden evitar los húngaros?
—Compararse con los rumanos.
—Estamos en la misma línea de pensamiento abstracto.
—¿Y en la del pensamiento concreto?
—También.
—¿Avancemos un poco?
—Y claro, avancemos. ¿Te acordaste de la pregunta anterior? Pero qué bonita era, che. ¡Hermosa!
—Voy con otra. ¡Atenti!
—Soy todo oídos. Dale no más.
—¿Se podría pensar que los procesos comparativos entre países como los nuestros provienen de costumbres ancestrales e irresistibles, esto es: criollismo nacionalista y xenófobo, que nos encelda en el subdesarrollo de la ínsula altanera e ignorante?
—¡Tenés que mandármela por escrito! ¡Pero qué enormes preguntas hacés! Llenas de intelecto, con prosapia aristotélica y tan directas como la prosa de Kapuscinski. Estás como Neruda con el libro de las preguntas y esas son cosas que no responde nadie.
—Me acuerdo de una: “¿Y qué dijeron los rubíes ante el jugo de las granadas?”.
—La pregunta vale por sí misma.
—Y otra: “¿Cuánto medía el pulpo que oscureció la paz del día?”.
—Es que no hay respuesta que exista.
—Una última pregunta, entonces.
—Aunque no te la responda.
—No me la respondas, no importa.
—Dale, dale.
——¿Somos países hermanos o no somos países hermanos?