Esta poderosa y oscura parábola teológico-feminista se inicia con un plano fijo de 9 minutos que contiene prácticamente todos sus motivos. El plano abarca la totalidad de un salón de los Testigos de Jehová, donde se va reuniendo una comunidad de fieles. Dos niños están castigados contra la pared por la madre de uno de ellos, Yana (Ia Sukhitashvili). Ella recibe a los asistentes para que el líder de la comunidad, su marido David (Rati Oneli), inicie su sermón, centrado en la orden divina de que Abraham sacrifique a su hijo Isaac. Apenas ha comenzado la sesión, una bomba incendiaria entra por la puerta, y luego otra y otra. El salón arde en medio del pánico de los asistentes.
El incidente muestra la marginación de los Testigos de Jehová en Georgia, donde la mayoría ortodoxa los estima indeseables. Yana duda de la necesidad de continuar en el pueblo de Lacodekhi, pero su marido, que sigue una carrera en su iglesia, es inflexible: se quedarán allí hasta que se reconstruya. Y mientras viaja a Tiflis para ver a sus superiores, deja a Yana a solas con su hijo. Ella enseña a los niños a creer, pero es evidente que duda.
La expresión material de eso es la aparición de Alex (Kakha Kintsurashvili), un sujeto que dice ser policía y se convierte en una ominosa amenaza sexual. Cada vez más agobiada por la presión patriarcal que la rodea, Yana entra en crisis cuando David, de regreso, interpreta los hechos como si ella fuese, no la víctima, sino la detonadora.
Igual que el momento inicial, gran parte de la película está desarrollada en extensos planos fijos. En dos horas de metraje hay solo cuatro movimientos de la cámara, cuatro lentas y breves panorámicas. Parte importante de las acciones ocurre fuera del campo visual, a veces cerca de sus márgenes. Esta manera de narrar tiene una doble función: después del comienzo, cada plano queda cargado con la tensión de la violencia latente; y al mismo tiempo, cada plano está construido de manera tal que su principal atención no son los hechos, sino las inflexiones de la luz en torno a Yana.
Los cineastas de la luz suelen albergar algún espíritu religioso o acaso trascendente. El de la directora georgiana Dea Kulumbegashvili es evidente, aunque está filtrado por la exploración en la posición de la mujer -esposa y madre- en una teología que, leída de una manera la condena a la opresión, mientras de otra se torna instrumento de venganza.
El debut de Kulumbegashvili en el largometraje es impresionante precisamente por su ambigüedad, la manera en que calibra el colapso emocional de su protagonista con su situación de doble marginación espiritual y con la condiciones de la fe. Es una ambigüedad que nace de su estilo contemplativo, a veces excesivo, pero a menudo cautivante, fascinante, hipnótico.
Una película notable.
Dasatskisi
Dirección: Dea Kulumbegashvili.
Con: Ia Sukhitashvili, Rati Oneli, Saba Gogishaishvili, Kakha Kintsurashvili, Ia Kokiashvili, Mari Kopchenovi.
126 minutos.
En MUBI