Llegó febrero y no será uno normal. Poca playa y contadas salidas. Más reclusión y distanciamiento social. La tentación será pasar el mes de las vacaciones pegado a una pantalla. Hay que evitarlo. Mejor explorar alternativas. ¿Un juego de mesa? Excelente pasatiempo familiar. La oferta es amplia (Catan, Dixit, Virus, etc.), pero Monopoly sigue siendo el más demandado. De hecho, su popularidad es tal que cuenta con varias versiones que vale la pena explorar.
Recomiendo primero la original. Sus reglas son intuitivas. Parte con Rawls, pero avanza con Nozick. Los jugadores reciben el mismo dinero al inicio. Ruedan los dados y se avanza por el tablero. Existe libertad para invertir y derecho de propiedad. Las inversiones en transporte y servicios básicos rentan bien. Se compran propiedades, se pagan arriendos si se cae en casillero ajeno y las obligaciones impositivas son frecuentes. Si tiene mala suerte, tendrá que utilizar ahorros y/o vender casas u hoteles para pagar deudas. Pierde cuando queda en bancarrota. Suerte y talento en los negocios aseguran el triunfo.
Ahora, si prefiere una versión más inspirada en Owen, existe “Monopoly Socialista: Ganar es para Capitalistas”. ¿Las reglas? Se avanza hacia la izquierda, el bono inicial proviene de un fondo común, no se compran propiedades, sino que se contribuye a desarrollar proyectos colectivos y solo si a estos les va bien se recibe un “salario de subsistencia”. La tensión del juego está en que a medida que se avanza queda claro que tarde o temprano el fondo común se agotará. Todo depende, entonces, de que los jugadores contribuyan continuamente a su sustentabilidad. De ahí que los impuestos en esta versión sean mayores a los de la original. Y es que, como indica una de las cartas del juego, “El socialismo no es barato”. ¿Quién gana? El jugador que deposita más en el pozo, beneficiando así a todos. ¿Y si se agota el fondo? Todos pierden.
Por último, si tiene adultos jóvenes en la mesa, no puede perderse “Monopoly para Millennials”. El juego parte con la selección de quién será “el banco”, empleo evadido por su responsabilidad. Se distribuye luego el dinero —menos que en la versión original—, que no se destina a comprar propiedades, sino que a adquirir “experiencias”. Viajes a destinos exóticos suman puntos, lo mismo que la asistencia a conciertos y retiros de meditación. El juego llega a su fin cuando los destinos se agotan. No gana el más talentoso ni el más dadivoso, sino quien disfrutó más. ¿La razón? La adultez es tan difícil que mejor es aplazarla y gozar.
Así que hay Monopoly para todos los gustos. Seguro Lizzie Magie, su creadora, nunca imaginó tal variedad. Dato freak: en 1904 ella lo patentó como una parodia del capitalismo. Quería exponer lo que ella consideraba eran los viles instintos tras el deseo de acumular riqueza (Pilon, 2015). Paradójico. Las más de 250 millones de unidades vendidas del icónico juego en el mundo sugieren, por el contrario, un generalizado goce natural de su contenido. Como sea, independiente de la versión que seleccione, aproveche febrero para pensar qué parte del juego es parodia y qué parte realidad.