Necesaria fue la visita del Presidente Alberto Fernández. Pudo haber sido mejor la recepción, a no mediar su anterior y polémico llamado a la unidad de la oposición chilena. No le corresponde a un jefe de Estado entrometerse en los asuntos internos de otro país. Hay que volver a representarlo, para evitar la contumacia. Tal intromisión desmerece su alta investidura, introdujo un factor de división, hasta desconfianza, en el resto del país que lo recibió.
No hay precedente de algo parecido. Al igual que sus predecesores, los presidentes Cristina Fernández y Mauricio Macri, coincidentes en sus cargos con Michelle Bachelet y Sebastián Pinera, cumplieron con las normas de educación y sentido común que aconsejan no inmiscuirse en los desencuentros ajenos.
Las diferencias entre un gobernante extranjero y el país anfitrión no son razón para no haberlo invitado, como algunos han sugerido. Antes están los superiores intereses nacionales. El diálogo y el conocimiento personal pueden servir para alcanzar nuevos entendimientos. De hecho, las relaciones personales entre los mandatarios, al menos para la opinión pública, se han reparado, y la declaración conjunta de los presidentes consigna 52 puntos de acuerdo, aunque en su gran mayoría reiterativos, muchos de limitada importancia.
Los desacuerdos no quedaron escritos, como es usual. Uno es de la mayor relevancia, la pretensión argentina —inoponible conforme al derecho internacional— de fijar unilateralmente nuevos límites vecinales, violando derechos soberanos de Chile en la Antártica, en el mar, suelo y subsuelo, al sur del punto F del Tratado de Paz y Amistad de 1984.
Era impostergable que los presidentes Piñera y Fernández se reunieran personalmente; prácticamente no se conocían. Ambos habían viajado al exterior durante la pandemia, la peste no era excusa para la demora. Argentina y Chile requerían del encuentro. Comparten una de las fronteras más extensas del mundo; sus relaciones son únicas y prioritarias, más allá de la geografía, por razones históricas y culturales, y está en curso una nutrida agenda bilateral.
Como corresponde, el Presidente Fernández fue recibido con deferencia debida y los máximos honores que merecen su cargo y representatividad. El mandatario afirmó que “las coincidencias son muchas más que las diferencias”, salvo que en su corto ejercicio en el cargo se ha producido una controversia de la mayor consideración para Chile: la flagrante transgresión argentina del Tratado de Paz y Amistad de 1984. La visita puede contribuir a solucionarla.