Nunca nadie ha podido cuantificar exactamente cuál es la influencia real de un entrenador en el resultado parcial o global del equipo que dirige. Hay debate en eso.
Algunos teóricos sostienen que el DT es simplemente un guía, un ordenador que encauza a sus dirigidos en aspectos generales del juego, pero que son estos, en definitiva, con sus cualidades y defectos, los que determinan las actuaciones en la cancha. Siempre ganará el equipo que tiene mejores jugadores y no el que posee el mejor entrenador, dicen quienes sostienen esta idea.
Hay otro sector, sin embargo, que piensa distinto. Que el director técnico no es solo un guía táctico o un motivador del grupo, sino que es esencial como generador de eficiencia o desencanto en el equipo y que puede incluso marcar diferencias notorias en su potencialidad. Tanto que a equipos de mediana calidad puede darles un plus ganador o a grandes escuadras restarles solidez.
Esta visión parece más acertada.
Los entrenadores son, sin duda, sujetos de complemento en la acción de los jugadores. Claro, por muy sabios o entendidos, no son los que toman las decisiones últimas en las acciones de juego en un encuentro. Pero él, al igual que todos los componentes de su cuerpo técnico y médico multidisciplinario, ejerce influencia vital entregando a los jugadores las herramientas necesarias para que ellos elijan qué hacer en la cancha ante circunstancias diversas.
Un entrenador no es, por tanto, un simple articulador. Es —o debe ser— un facilitador, un eficaz generador de respuestas. Un líder que debe dirigir por el mejor camino posible las fortalezas de sus jugadores. Debe, por tanto, conocer a quienes dirige.
La mano del DT se podrá observar siempre en el comportamiento colectivo (lo individual tendrá que ver más con inspiración, lo que, por cierto, es incontrolable para el entrenador).
La capacidad que la escuadra tenga para proponer un plan de juego general y para adaptarse a las situaciones diversas será siempre un indicativo de la calidad del trabajo desplegado por el DT.
Mirado así, es más fácil apreciar y en definitiva determinar qué entrenador cumple con los estándares de eficacia. Y se pueden responder preguntas básicas que uno se hace al mirar el desarrollo del torneo nacional. ¿Cambió La Serena su potencialidad de juego con la llegada de Miguel Ponce a su banca? ¿Le benefició a Palestino la irrupción de José Luis Sierra? ¿Perdió o ganó la U con la partida de Hernán Caputto y la llegada de Rafael Dudamel? ¿Son iguales a como eran antes de sus cambios de DT Curicó y Antofagasta? ¿Gustavo Quinteros viró a Colo Colo? ¿Se nota la mano de Holan ante la gran cantidad de lesionados en la UC? ¿Giovagnoli ha tenido influencia clara en el renacer de O'Higgins?
Es evidente que se puede producir un debate porque no hablamos de una ciencia exacta. Pero también es obvio que es posible observar diferencias en todas las experiencias expuestas que, a la larga, denotan la capacidad de los entrenadores.
Es difícil hacer sentencias definitivas sobre la influencia real de un DT. Pero quizás ayude lo que alguna vez dijo el gran Helenio Herrera: “La manera de jugar de un equipo debe concebirla el técnico considerando la personalidad de sus jugadores”.
Ese parece ser el secreto.