Los chilenos y chilenas presentimos los terremotos.
Es murmullo de tierra, ruido profundo y un susurro de la naturaleza que mete miedo.
A veces no ocurre nada, eso es verdad, pero la sensación es real, acaso porque andamos espirituados, que es como se decía antes, es decir, con susto, recelo e inquietud por la selección de Chile.
Así estamos ahora y no puede ser de otra manera, porque el terremoto, si es que llega, será de los demoledores y la actual directiva de la ANFP quedará bajo tierra y piedra, si es que algún camposanto los acepta.
El 20 de noviembre, después de la derrota con Venezuela, la ANFP ratificó a Reinaldo Rueda, cuya tarea venidera, dijo el técnico, era el futuro inmediato: los partidos del próximo marzo por las clasificatorias.
Al mes, el presidente de la ANFP, Pablo Milad, reveló que la posible partida de Rueda no era por los resultados ni la gestión, en absoluto, sino por un motivo inusual, que no surgió al comienzo, sino después de casi dos años en el país: “Es de conocimiento público que su señora no está a gusto en Chile”.
Por lo tanto, no se le podía exigir otra actitud y tampoco que se quedara. Y todavía menos cuando se supo que Colombia lo necesitaba.
No era por el fútbol ni su trabajo, sino por motivos que provienen del costal íntimo: Genith Ruano, su esposa. Y la otra razón era Colombia, que lo estaba llamando.
Se fue por la patria y la familia, no por motivos futbolísticos y por eso no hubo análisis ni balance de resultados y no se dieron explicaciones. De su ejercicio al mando de la selección, no existió juicio alguno, de parte de Milad. Y Rueda tampoco dijo nada, porque no sintió responsabilidad.
Lo que vino a hacer y por lo que se le contrató se asumieron como asuntos secundarios, por lo tanto, la selección de Chile y su fútbol no fueron tema.
Así es como se desvaloriza una marca, se le resta contenido al cargo y se pierde la fe.
Eso explica que la búsqueda del reemplazante parezca circo de aficionados y el cargo de entrenador de Chile se haya depreciado.
Cuando llegue el elegido, tendrá diez días obligatorios de cuarentena. Asumirá a mediados de febrero y a seis semanas de los partidos contra Paraguay y Ecuador.
Los seleccionados, eso sí, se mandan solos desde la época de Juan Antonio Pizzi y saben lo que deben hacer. Hagan lo que hagan, por lo demás, seguirán siendo lo que son: generación dorada y campeones de América, donde la mayoría está en el atardecer de sus carreras.
El presidente Pablo Milad, el directivo Francis Cagigao y el reemplazante que aparezca deberían estudiar dos cosas: sismografía y presentimientos. También entretenerse con alguna película: “El Diablo a las 4”, donde el Diablo es un volcán. Estudiar algo de Pompeya o incluso de la Atlántida, continente perdido. Y no es malo rezar al dios apropiado.
El fútbol, a veces, escucha.