Sin detenerme en una explicación mayor acerca de esta imagen, que nos habla de la provocación y de la misión apostólica, me detengo en un detalle no menor: Jesús, para convocar a esos hombres, les habla “en su idioma”. El Señor entra en la vida de esos pescadores y, usando sus categorías, les invita a una empresa totalmente distinta. Y lo hace hablándoles en su lenguaje, tomando elementos de su vida, pero abriéndolos a un significado nuevo: “Pescadores de hombres”.
Así entendido, el relato es una escuela de encuentro y de diálogo virtuoso que se vuelve modélico al momento de pensar en transmitir la fe “en fácil”.
No sin razón, muchos católicos somos criticados porque hablamos en categorías no siempre entendibles, o porque no nos hacemos cargo de las complejidades del tiempo, lo que hace que nuestro anuncio, ciertamente lleno de verdad, resulte lejano y poco “digerible”.
Hacer el ejercicio de la inculturación, que es entender las categorías del tiempo e insertarnos en ella para anunciar el Evangelio, en ningún caso pretende deslavar la fe, sino que nos exige leer el mundo de nuestros interlocutores buscando comprender cómo proceden sus lógicas de pensamiento y sus lenguajes. Con esta información se sucede el virtuoso ejercicio de usar las categorías de esa realidad para insertar en ella la semilla nueva del Evangelio. Así, dicho en sencillo, la transmisión de la fe exige el ejercicio de penetrar la cultura a la cual le queremos hablar, de discernir todo lo noble, bueno y bello que en ella existe y de hacer el esfuerzo por buscar las formas más adecuadas para que el don de la fe pueda ser comprendido, acogido y aprovechado por los interlocutores.
Llevado al terreno de la cultura actual, resulta urgente no solo reconocer lo que nos distancia del Evangelio (como son, por ejemplo, el aborto, la injusticia, la eutanasia, el individualismo y tantos otros flagelos), sino que debemos recorrer el insustituible camino de hacer comprensible la propuesta que nace de la fe, mostrando que ella no es una quimera retórica del pasado ni una meta inalcanzable o una propuesta de un grupo de fanáticos, sino que es la sencilla invitación a vivir una humanidad más plena, que mira a la eternidad, y que llena al corazón de sentido.
No dudo que muchos de los que hoy se enconan con posturas distantes del Evangelio no lo hacen por una suerte de rebeldía ni por una contumacia irracional, sino que por convicciones fundadas en argumentos. En la medida en que seamos capaces de mostrar lo que creemos en categorías comprensibles, con argumentos razonables y en modos amistosos, sin duda lograremos establecer puentes y “atraer” a muchos más hacia el corazón del Evangelio.
Los signos dolorosos de este tiempo, que hacen enarbolar las banderas de la cultura de la muerte, nos han de movilizar para buscar, con pasión y convicción, los nuevos caminos para visibilizar las buenas razones que impelen el pensamiento cristiano a proponer la cultura de la vida. Sin este esfuerzo, y sin un cambio de discurso, nuestra valiosa mirada será deslegitimada por el pensamiento dominante y también por muchos cristianos que no entienden o no logran captar lo que se juega en cada uno de los hitos de la instalación de la cultura de la muerte.
Termino recordando el ejemplo extraordinario de los santos Cirilo y Metodio —patronos de Europa—, quienes movidos por anunciar el Evangelio a una cultura no cristiana, decidieron “sumergirse” en la cultura en que estaban insertos, crear un lenguaje —el cirílico—, para luego traducir la Biblia y evangelizar a los pueblos eslavos; y el ejemplo del mismo Papa Francisco que, en su memorable discurso en la JMJ Río de Janeiro, explicó con imágenes del fútbol el pleno sentido de una vida a contracorriente, cuando esta era iluminada por el Evangelio. A pesar de las diferentes nacionalidades, razas, culturas e intereses, el Papa fue capaz de hablarles a los jóvenes del mundo en un lenguaje común y accesible, para que todos entendieran su provocadora exhortación de fe.
Hoy, tantos jóvenes y niños, colegas de trabajo y amigos, familiares y personas de buena voluntad necesitan que, al modo de Jesús, les hablemos en su idioma acerca de la belleza del Evangelio que nos cautivó y de las buenas razones que nos hacen ser cristianos. Sin duda, eso puede marcar una diferencia para el futuro.
Buen domingo.
“Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres'”.
(Mc. 1, 16-20)