En pocas semanas quienes rindieron la prueba de admisión universitaria postularán a las carreras del sistema único. La decisión para los postulantes no es fácil y no solo porque puede ser decisiva para su futuro.
El año pasado el sistema único ofrecía más de 700 carreras con nombres distintos. No solo se le está pidiendo a un joven que no ha pisado la universidad que sepa, por ejemplo, a cuál de las ciencias naturales quiere dedicarse, sino que debe elegir entre química, química ambiental, química industrial, química laboratorista y química y farmacia. Las consecuencias de esta elección pueden ser cruciales: dentro de una de las universidades más prestigiosas, la empleabilidad al primer año de una de estas químicas es 95%, mientras que la de otra es solo 69% (mifuturo.cl). Por supuesto, una decisión así es aún más difícil para los dos tercios de inscritos en la PSU que serían primera generación en estudiar.
¿Hace sentido que jóvenes de 18 años elijan carreras con tal grado de especificidad? En un mundo cambiante como el nuestro, tal vez sea más importante enseñar a enfrentar problemas nuevos que un conocimiento determinado. Además, carreras que se especializan temprano hacen costoso a los estudiantes cambiar sus planes. Al año de matriculados, casi el 30% de los estudiantes terciarios ya ha abandonado su carrera (SIES).
Vale la pena mirar otros modelos. En EE.UU., la formación universitaria se basa en colleges que entregan una formación general de cuatro años, con una posible especialización posterior en masters de dos años. Al final del segundo año de college, los estudiantes declaran su major: un área de profundización en la que tomarán al menos un tercio de sus cursos. Las universidades ofrecen todo tipo de apoyos para la elección de major y, además, es fácil cambiarlo sin costo. La mayoría de los estudiantes se cambia de major alguna vez y muchos lo hacen varias veces (College Board). En suma, es un sistema flexible, que entiende el aprendizaje como un descubrimiento y que fomenta desarrollar nuevos intereses.
Podría pensarse que es costoso llegar a la especialización solo después de cuatro años, pero lo cierto es que nuestras carreras terminan por ser mucho más largas. Solo el 16% de los estudiantes chilenos termina su carrera dentro de la duración formal, la tasa más baja de la OCDE, y en promedio aquí se estudia un año y medio más que en ese grupo de países (OCDE 2017 y 2019).
Cambiar la estructura universitaria, moviéndonos hacia una formación más general y corta, es un desafío mayor, que requiere de apoyo estatal y decisión de las universidades. Posiblemente nada ocurra hasta que las universidades líderes del país avancen firmemente en esa dirección. Suena difícil, pero ahí está la experiencia de Europa, donde hace dos décadas el proceso de Boloña reformó el sistema universitario de 48 países distintos.
La formación universitaria debe hacerse más flexible, porque el conocimiento debe ser flexible y porque la decisión que los jóvenes tomarán en las próximas semanas no tendría por qué ser tan difícil.
Loreto Cox