Cualquiera imagen de Raúl Sánchez grabada en nuestra retina estará relacionada con ideas de belleza futbolística. Elegancia, pulcritud, junto con riesgo y suspenso. Zaguero central fino, de enorme dominio técnico y escénico.
Los hinchas de Wanderers y del seleccionado podían pedir a gritos que la sacara rápido del área. Pero el pelotazo jamás saldría de los pies de un artista del área y los asustados espectadores tenían que aceptar que realizara alguna de sus mágicas maniobras para neutralizar al delantero y salir jugando. Podía parecerle suicida a más de alguien, pero era otra cosa: era seguridad total en sus recursos, dominio del área propia, visión de conjunto y una inigualable calidad técnica. Y nervios de acero.
Por algo fue siempre “Don Raúl”. Lo era también fuera de la cancha. Hombre sensato, calmado, imperturbable. Inolvidable.
La imagen de Carlos Contreras es diferente. El “Pluto” sí que la sacaba a la galería si era necesario y era de la raza de los zagueros duros, de los defensores fieros que no se dejan atropellar y atropellan si es necesario. La vida lo hizo así.
El “Zorro” Álamos lo hizo defensor, para cuidar el área azul junto a Humberto Donoso, aunque Contreras quería ser delantero, y en la selección fue un vigilante severo de la Roja. La suya fue una carrera completa con el seleccionado nacional, desde aquella noche de 1959 en que Chile le ganó por primera vez a Argentina, en el amistoso de despedida de Sergio Livingstone. Súmele el Mundial del 62 y las clasificatorias al del 66. Y agréguele todos los títulos ganados por Universidad de Chile en los campeonatos nacionales conquistados por el “Ballet Azul”. Él estuvo en todos.
Y estuvo en todos los rankings de esos años como Mejor Central Derecho. Un bravo. Inolvidable.
Armando Tobar fue compañero de Raúl Sánchez en aquella famosa formación wanderina de 1958, la primera porteña en campeonar. Era rápido y potente. Valiente también, no le hacía el quite a ningún obstáculo.
Goleador en Wanderers, acumuló más de 50 goles en sus seis años con la camiseta verde (de 1956 a 1961), para partir en 1962 a Universidad Católica, con la que también fue campeón en 1966. En los cruzados dejó un gran recuerdo y hoy lo añoran los hinchas de todas las edades.
A la UC lo llevaron sus buenas campañas en el puerto, que también lo llevaron a la selección nacional, con la que jugó los mundiales de 1962 y 1966, y el sudamericano de 1959. Inolvidable.
Vicente Cantatore llegó a Chile para jugar en Rangers en 1960. Venía comprendido en el pase de Ángel Labruna. Venía “de yapa”. Le gustó Chile. Tanto, que se hizo chileno y lo comentó con orgullo: “Yo elegí ser chileno”.
Estuvo también en la alineación wanderina campeona de 1968 y el mejor recuerdo de su carrera lo produjo como entrenador, más allá de su eficiente desempeño como jugador. De trato caballeroso y cercano con todo el mundo, tuvo a Cobreloa dos veces a las puertas de ganar la Copa Libertadores, finalista en las versiones 1981 y 1982.
Vicente Cantatore, por personalidad y títulos, es también inolvidable.
El notable entrenador murió el viernes pasado y seguramente no recordaba sus grandes jornadas, víctima del alzhéimer. ¿Recordaría las suyas Raúl Sánchez? ¿Y Armando Tobar? ¿Y Carlos Contreras?
Todos dieron dura lucha por no olvidar. Pero la enfermedad les robó los recuerdos y la vida. Nosotros, mientras podamos recordar, no los olvidaremos jamás.