Coquimbo Unido se despidió de su sueño en la Copa Sudamericana con una dignidad y orgullo que si bien no lavan la desilusión, sí deben conformar a Juan José Ribera y a su equipo. El cuadro nortino llegó a las instancias de semifinales por méritos futbolísticos más que interesantes y la amplia derrota final ante Defensa y Justicia no borra para nada la impresión general que dejó el club en el torneo: la de una escuadra luchadora que supo potenciar sus cualidades y, dentro de sus posibilidades, disimular sus falencias, incluso ante rivales con planteles más sólidos.
Terminado este capítulo sudamericano, la mente de la escuadra “pirata” estará puesta, sin duda, en su pelea por la permanencia en Primera División, además con un calendario que la obligará a jugar en forma seguida, debido a la cantidad de partidos que debió suspender por estar en la Copa. La incómoda situación en la que se ve ahora se origina, en gran parte, porque Coquimbo no armó un plantel generoso como para haber enfrentado con mayor solidez en forma más o menos igualitaria la arena internacional y el apretado y frenético calendario interno. El equipo se construyó para intentar competir en un frente y participar en otro.
No es raro que ello haya pasado.
Se ha convertido en una tradición en los equipos nacionales que las clasificaciones tanto a la Copa Libertadores como a la Copa Sudamericana no sean un objetivo competitivo, sino que, más bien, un premio que solo genera algo de estatus.
No hay en las escuadras nacionales —en ninguna— mayor ambición por la gloria, por lo que la participación internacional no genera riesgos mayores a la hora de la estructuración de los planteles. Uno o dos refuerzos foráneos de nivel medio y un par más de jugadores detectados en la competición interna tranquilizan el alma dirigencial y administrativa. No hay planes asociados ni se genera un proceso a partir de la posibilidad de competir afuera. Solo se apuesta a mantener algo de ilusión “para llegar lo más lejos posible”. Total, “estamos a años luz de los equipos brasileños y argentinos en materia de gastos de contratación y de sueldos”.
Claro, así queda todo cubierto de antemano. Si al equipo le va mal, se argumentará que prevaleció la diferencia económica con las grandes potencias. Y si se llega a instancias competitivas altas —como aconteció con Coquimbo— habrá satisfacción y orgullo, pero el hincha debe tener claro que el costo puede ser incluso perder el paso en la competencia doméstica.
Hay argumentos. Pero nada de planificación y riesgo.
Lo dramático del tema es que la lección no se aprende.
Hoy, tal como le aconteció a Coquimbo Unido en la temporada pasada, hay varios equipos “no tradicionales” peleando su clasificación a torneos internacionales.
¿Cuántos de ellos pueden mostrar ya un plan de desarrollo para competir internacionalmente? ¿Habrá siquiera en alguno una idea de cómo se conseguirán recursos para potenciar el equipo?
Seguramente, ninguno puede mostrar su hoja de ruta.
Entonces, lo más probable es que este año, una vez más, apostemos todo a actuaciones dignas, clasificaciones de última hora y, en una de esas, a un “coquimbazo” para no sentirnos tan malos.
Será una anécdota. Como lo es hace rato en el fútbol chileno.