Hoy en Santa Cruz de Tenerife, en una de las Islas Canarias, juega el local contra el Villareal, es por la Copa del Rey y los de Tenerife lucirán luto. Es por Vicente Cantatore.
El periódico “El Norte de Castilla” lo recordó con admiración, porque dirigió a Real Valladolid en 199 encuentros oficiales, el que más, y lo salvó del descenso, lo instaló en la final de la Copa del Rey y lo sentó en copas europeas.
Incluso relataron cuestiones menores, de cuando vivió en calle Puente Colgante y en un chalet en Parquesol, en el tiempo que la salud lo acompañaba y era un entrenador con eso que llaman señorío.
Cuando dirigió al Sevilla, el Betis o el Sporting de Gijón, lo hizo con aplomo, autoridad y la dignidad de un señor. Eso recordaron en “El Comercio” de Asturias y “El Diario de Sevilla”, también “El País” y “ABC”, donde algún comentarista trajo a colación la insignia de oro y brillantes que le regaló el Villarreal.
Vicente Cantatore, desde hace años, se acordaba de poco y nada, padecía alzhéimer, y seguro que a veces, porque es lo que ocurre cuando un viejo se retira de la vida, alguien que lo quería más que nadie —hijo, nietas, su familia — distinguía un brillo en sus ojos o una mueca al sonreír, y eso, puede ser, no hay que descartarlo, significa que de algo se acordó.
En Calama y Cobreloa, cómo no, recitaron las finales en la Copa Libertadores, esos partidos, minutos y el gol de Fernando Morena, por Peñarol.
Antes de esos años, porque en Rangers de Talca hay memoria, está el Cantattore jugador, con dos “t”, según revista “Estadio”, que jugaba de medio adelantado, o sea en la mitad, pero adelante, porque en esto no hay secretos, solo pasado: Arturo Rodenak al arco, Juanito Soto de 9 y de interior retrasado, Elvio Porcel de Peralta, y para qué vamos a desmenuzar el concepto.
En Valparaíso está santificado en el Wanderers campeón de 1968, aunque en los panzers fue central junto a Manuel Ulloa, pierna fuerte, pero elegante; ubicación perfecta y esa rara serenidad.
Vivió en Viña del Mar por años y con sus viejos amigos, ex dirigentes del Everton, todos de sangre italiana, jugaban dominó. Y hablaban de fútbol y arreglaban el mundo.
Vicente Cantatore murió a los 85 años y no se acordaba de nada.
Ni de Rosario, donde nació, ni de Talca, Valparaíso, Valladolid o Viña del Mar, y de tantos lugares donde estuvo: Santiago, Tenerife, Concepción, Lisboa, Coronel y Lota y, en fin, en esos sitios lo revivieron con emoción, porque en realidad nunca lo habían olvidado.
Cuando alguien se muere, los vivos preguntan ¿cuándo lo vi por última vez? Son tantas las respuestas. En Playa Ancha, Calama, en el Zorrilla o jugando por Deportes Concepción, con camiseta ligera, morada y bordes blancos. Colocando un chancho seis y tomando café. Cuando encendió un cigarrillo. En la portada de una revista. Paseando por la avenida Perú. El día que marcó a Di Stéfano. Conversando con un desconocido.
Así es como se sabe cuando una vida fue útil y mereció gratitud, responso y cariño.