Roberto Saviano (Nápoles, 1979), influido por Ernst Junger, Ezra Pound, Louis-Ferdinand Céline y Carl Schmitt, publica “Gomorra”, basada en hechos reales y que, de inmediato, significó su salto a la fama. La inmensa acogida del libro produjo una nueva discusión sobre el crimen organizado y a Saviano le cayó una amenaza de asesinato. Desde esa fecha, vive con escolta permanente, proporcionada por el Ministerio del Interior e intelectuales de la talla de Umberto Eco, lo han calificado de héroe nacional. “Gomorra” ha vendido millones de ejemplares, ha sido llevada al cine y al teatro, y dio origen a una serie televisiva. Es inevitable que este título, que constituye un fenómeno más social que literario, haya eclipsado el resto del corpus de Saviano, quizá de mayor valor que la obra que lo dio a conocer: “Cero Cero Cero” (2013), “La banda de los niños” y ahora, “Beso feroz”.

Con esta novela, basada en la muy concreta y horrible realidad de Nápoles, Saviano sigue desmenuzando las vísceras y el poder real de la Camorra. Hasta cierto punto, es continuación de “La banda de los niños”, pues retoma a los chicos mafiosos donde los había dejado. Con todo, es más despiadada y brutal que la precedente, un récord en materia de matanzas en serie. Si ese relato finalizaba con una madre —la Koala, que aquí renace con más furia—, aullando por la muerte de su hijo y un padre, Dientecito, más bien pasivo, acompañándola en su clamor, “Beso feroz” se inicia de la manera más espantosa que uno pueda imaginar: dar muerte al bebé en la sala de recién nacidos de un hospital.

Ya en un sucinto prólogo, Saviano nos explica en qué consisten los besos del título: “No pueden clasificarse; sellan silencios, hacen promesas, dictan condenas o declaran absoluciones… quieren explorar ese abismo insondable o encontrarse un vacío: el vacío sordo, oscuro, que esconde”.

“Beso feroz”, en gran medida desarrolla la carrera de Nicolás Fiorello, el Marajá, infalible jefe de la Banda de los Niños, quien vive obsesionado por el homicidio de su hermano Christian y quiere la revancha a como dé lugar; no obstante, es incapaz de disparar contra el hijo de la Koala y el Dientecito, el que en los capítulos subsecuentes se llamará Antonello. Acompañan a Nicolás una plétora de personajes, algunos conocidos por su texto anterior, otros que irrumpen por primera vez: Tucán; Pichafloja; Mena, la formidable madre de Christian y Nicolás, una mujer madura, inteligente y para la cual el delito es lo más normal que hay; Óscar, dueño de un local de mala reputación; Lollipop (que se cree Robert De Niro); Dragón; Dron; Bizcochito; Don Vince; Letizia, indomable novia de Nicolás; Don Vittorio, el Arcángel, quien lleva las de ganar en la guerra por el control del comercio de alcaloides, y muchos, muchos más, algunos de pasada, otros ocupando numerosas páginas, en especial Nicolás, el Marajá.

En “Beso feroz”, Saviano expone las batallas de los clanes por el control de la cocaína y sustancias similares; el manejo de los camellos; la aparición de grupos de gitanos, chinos y albaneses; el laberinto de la mafia desde sus máximas alturas hasta los alcantarillados; la forma en la que se extiende hacia el norte de Italia y el resto de Europa; las traiciones y cómo estas se pagan, en fin, un cuadro apocalíptico como pocos. Nápoles está devastada por las asociaciones de gánsteres y los sueños de los muchachos que protagonizan “Beso feroz” consisten en autos de lujo, armas, sexo, droga y, sobre todo, violencia, que engendra más violencia, en una espiral interminable. Estamos, una vez más, ante la más horrenda realidad, descrita con mano maestra por Saviano, que, hoy por hoy, es el cronista esencial de la descomposición moral y social del sur de Italia, en concreto de Nápoles.

En verdad, en “Beso feroz” hay callejones donde se muere de verdad, blanqueo de dinero a escala sideral, chicos, casi niños, nacidos en una zona de asesinos y asesinados, inmersos en la corrupción, llevando una vida sin esperanzas y condenados a crecer desde que tienen uso de razón, en un medio que no entrega nada y menos a personas como ellos. La banda de los niños y sus competidoras ambicionan destronar a las jerarquías de la Camorra y forman parte de una generación de malhechores al nacer. Desde luego, están condenados al más ruidoso de los fracasos, pues su empeño es imposible. Así, tras el horrible atentado contra Nicolás, le sucede otra banda, compuesta por Salvo, Giacomino, Remanguito, Carminiello, el Lagartija, más otros y otras que continuarán esta macabra apoteosis de sangre.