No teníamos cómo saber que la foto de la bandera chilena formada con un trozo de la bandera de EE.UU. que el Presidente Sebastián Piñera le mostró al Presidente Donald Trump en su visita a la Casa Blanca iba a terminar siendo una espeluznante premonición.
Sí, porque la primera vez que vimos un asalto al Poder Legislativo por manifestantes que querían torcer la voluntad de los parlamentarios, como el que nos espantó esta semana en EE.UU., fue en Chile, hace poco más de un año, semanas después del estallido del 18-O.
¿Lo recuerdan? Era un grupo de personas que ocuparon los espacios comunes del edificio del Congreso en Valparaíso, que gritaron a los parlamentarios a centímetros de sus orejas, bailaron y hasta se colaron al hemiciclo donde sesionaba la Cámara, que debió suspender su actividad. La horda invasora quería que los parlamentarios aprobaran un par de leyes a su antojo.
Por eso, cuando yo leía y escuchaba a personas en Chile y el mundo que condenaban cómo en EE.UU. se había ultrajado el templo de la democracia, ese lugar sagrado donde el propio pueblo instaló a sus representantes, yo no podía dejar de pensar en el Congreso chileno.
Cuando esa tropa de orcos (monstruos de la mitología celta responsables del pillaje y la muerte en los campos), de primates y búfalos humanos entró al Capitolio esta semana todo el planeta hizo una mueca de asco. Fue transversal. Pero yo seguía pensando en mi Chilito.
¡Si aquí pasó lo mismo! Claro que “a la chilena”, eso sí.
Sí, porque a diferencia de los gringos, que fueron de frente a encarar a los guardias y policías que custodiaban el Congreso, aquí los manifestantes entraron de manera solapada. Aquí se “metieron a la mala”, buscándole la pillería. A través del dato, del “pituto”, del amigazo que hizo la “gauchada” “desde adentro”.
Aquí fueron los propios diputados (no todos, desde luego; lo que se supo es que fueron del Frente Amplio) los que dejaron entrar a los manifestantes. Los “colaron”. Boric puso su huella varias veces para abrirles los torniquetes de acceso al Congreso a personas no autorizadas, luego las hizo pasar por debajo y otras diputadas del FA infiltraron a gente por los estacionamientos y puertas de servicio.
Es “la chispeza del shileno”. La “avivada”.
Y eso no es todo. En EE.UU. los orcos no lograron su objetivo. El Parlamento no tomó la decisión que ellos querían (declarar viciada la elección de Joe Biden). Acá, en cambio, la muchedumbre sí consiguió que los legisladores votaran a su antojo algunas normas para la Convención Constitucional.
Pero wait (uso anglicismos dado el tema tratado). Estoy hablando leseras. ¡Si aquí en Chile a los orcos de la “primera línea” los parlamentarios los hicieron entrar por la puerta principal otro día y les rindieron homenaje en el salón de honor! (no todos los congresistas, también eran del PC y/o del Frente Amplio).
Es que somos más elegantes acá. Demostramos que la insurrección se puede hacer por las buenas, “con respeto” (otra chispeza). Acá los violentos ya ni siquiera tienen que ensuciarse las manos. Les hacemos la pega. Un día inventaremos que se puede hacer una revolución por Cornershop.
Ya se quisieran los gringos un Ample Front como el nuestro. Avíspense, gringos, tienen que colocarse más clever.