En época de pandemia y en medio de una programación exhaustiva y decisiva, se pueden perder los estribos, las espuelas y hasta la montura, pero precisamente porque esas son las circunstancias, tan tensas y cansadoras, lo necesario es lo opuesto: educación, urbanidad e incluso cortesía.
Al dirigente Harold Mayne-Nicholls lo lapidaron cuando dijo una verdad que para el fútbol debería ser un mandamiento: el mundo no se acaba cuando un equipo desciende.
No fue así para Universidad Católica ni para Universidad de Chile, ni tampoco para ese esforzado grupo de equipos que se han ido, vuelto, de nuevo ido y en ese tránsito habrá angustia y desazón, pero lo que entrega la buena cimiente —esa es la fortaleza de toda enseñanza— es saber caer y volver a empezar, siempre lealtad, perseverancia y algo mayor: nobleza y dignidad para mirar el destino de un club, que no se juega por un año maldito ni tampoco por otro bendito, sino por la historia completa: la gran historia.
Nunca por la pequeña y pedestre, como eso tosco y tan comercial: plata sonante y más plata contante, para que hagan lo que deben.
Lo barriobajero aparece por arriba y por abajo, empieza en los poderosos dirigentes y desciende hasta los más indefensos del caso: los pasapelotas.
Es todo el cuerpo social del fútbol el que está expuesto a lo chabacano y grosero.
En distintas categorías y énfasis, más a flor de piel o en la entrelínea, pero estos son meses rústicos y mal educados.
Reinaldo Rueda, que sería un caballero en fuga, y además un “profe”, según Pablo Milad, se fue por la ventana chica del baño de visitas y aún no entrega explicación alguna. El técnico que por dos años encabezó a la selección de Chile, y que cobró como tal, se convirtió en fumarola.
Otro entrenador, Gustavo Quinteros, para decirlo con altura de miras, realizó un gesto zafio propio de un patán.
Los pasapelotas, cada vez con más frecuencia, se enfrentan a los jugadores, porque alguien les dijo que la demora y el extravío podía ser una necesidad, llegado el caso.
Y está la Conmebol, cómo no, que primero quita la ciudad y luego el país, para trasladar a Coquimbo Unido a Asunción, donde será local, según la magia negra de unos dirigentes sudamericanos con alma hechicera y vocación de zombie.
En los partidos del torneo, ahora más que nunca, proliferan los jugadores que se van al suelo, porque sí.
Los que claman por un penal, por si algo ganan con la pesca y la red de gritos y aspavientos.
Y de las simulaciones, engaños y patrañas, mejor ni hablar.
Así son los tiempos vulgares.