Para Juan, el día del Bautismo del Señor las cosas comenzaron mal: ¿Cómo se entiende que Jesús venga a ser bautizado por mí, cuando “yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias (Marcos 1,7)?” ¿Qué sentido tiene esto? ¿Por qué Jesús me lo pide?
Y en esos momentos de incomprensión, Juan –como Pedro, Abraham, Moisés… y tantos otros– se fía de Dios y su fe es confirmada, cuando escucha “una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido” (Marcos 1,11).
Lo que era oscuro resulta iluminador gracias a su fe. En Juan este episodio de su vida será clave para comprender a Jesús –su divinidad, la existencia del Espíritu Santo y la paternidad divina de su Padre–, y sobre todo para confirmar las decisiones que ha tomado en su vida: dejar a sus padres, irse al desierto para hacer oración y vivir penitentemente, predicando la venida del Salvador.
Efectivamente, “Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación” (Isaías 12, 2). Su vida adquiere certeza y ahora todo tiene sentido.
El año que terminó también humanamente comenzó mal, porque en marzo se dejaron caer las medidas sanitarias de una pandemia que se agudizó y que seguimos padeciendo. Y no pocos se preguntaban, ¿qué sentido tiene esto? ¿Por qué Dios lo permite o lo quiere de verdad? “Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca” (Isaías 12,4).
Para muchos esos momentos difíciles fueron una oportunidad de profundizar y crecer en la filiación divina –“Tú eres mi Hijo amado” (Marcos 1,11)–, y aunque no comprendíamos, fuimos conscientes de que no dejábamos de estar en las manos de un Padre que es Dios. Podíamos comprender a Isaías cuando escuchaba de Dios: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–” (Isaías 55,8).
Sin la fe, podemos descubrir los planes de Dios solo cuando se ponen las últimas piezas del puzle. La fe en cambio nos permite ver en tiempo real el querer de Dios. Este “ver” es compatible con el claroscuro de la fe, la certeza y seguridad no están en lo que vemos o comprendemos, sino en quien confiamos: “Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios” (1, Jn 5,1).
A fin de año, no eran pocos los feligreses que me preguntaban con cierto temor y pudor: Padre, ¿cómo será el próximo año?, ¿qué piensa usted?, ¿será mejor o peor? ¡Qué decirles! Y la respuesta la da hoy el Espíritu Santo: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn 5,4-5).
Las personas que no tienen fe muchas veces ellas mismas intentan “darle un sentido” a su vida, sobre todo a esos acontecimientos que traen dolor, angustia, impaciencia o impotencia. Pero la experiencia personal nos dice que toda “autorrespuesta subjetiva” es frágil, nos tranquiliza un momento, salimos del paso, pero no convence.
Me parece que lo relevante no es cómo será este año 2021, sino cómo yo lo voy a vivir. Si tengo fe, será un año normal, en que saldremos ganando si hay más desafíos, porque rezaremos más, confiaremos en el Señor, ayudaremos a los demás, etc.
Valió la pena vivir este año que ha terminado, si realmente tuvo sentido en mi vida personal, familiar y social. Si me ayudó a descubrir el amor de Dios, si mi respuesta fue tan generosa como para amar con todo mi corazón a Él y, por Él, a los demás.
“Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros y mis planes, de vuestros planes” (Isaías 55,9). ¿Quieres hacer reír a Dios?... Cuéntale tus planes de este año 2021.
“Y proclamaba: Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”.
(Marcos 1, 7)