Queda plasmado este misterio por los reyes magos que adoran al niño nacido en Belén. El acontecimiento es muy querido desde temprano por la tradición cristiana. Será representada en innumerables obras de arte y los magos están presentes en los pesebres de muchas casas. Para comprender este misterio que celebramos, nos vamos a detener en algunas de las figuras que aparecen en el texto bíblico de Mateo.
La primera es la estrella de Belén. Hace pocos días hemos visto la conjunción de Saturno y Júpiter en nuestro cielo. Algunos reconocen en ella la estrella de Belén. Otros dicen que habría sido el cometa Halley. Pero la verdad es que, para comprender esta estrella, debemos ir a la Sagrada Escritura, a la profecía de Balaam (Núm. 22-24). Entonces descubrimos que la verdadera estrella de Belén es Cristo que trae la nueva luz. La verdadera y única luz es Cristo, que viene a iluminar la verdad sobre el hombre, sobre el mundo y sobre Dios.
Entonces entramos en la segunda imagen importante de este misterio: los magos venidos del oriente. La tradición cristiana posterior los reconoce como reyes, dice que son tres, los llama Melchor, Gaspar y Baltasar… Lo que sabemos de ellos es que son sabios que no se contentan con mirar la tierra, sino que levantan la mirada al cielo para buscar el sentido de su existencia. A ellos no les basta con la seguridad que les puede dar el conocimiento humano o científico, ellos buscan en Dios la respuesta a los grandes interrogantes de la vida. Ellos reconocen la nueva luz que trae Cristo y la siguen hasta que se postran ante él.
Nos representan a nosotros, hombres y mujeres inquietos que necesitamos contemplar la realidad e ir más allá de la explicación científica sobre la existencia y el mundo. Son las preguntas fundamentales que solo comprendemos en plenitud cuando las llenamos de trascendencia: el origen y el término de la vida, el sentido de esta, la relación con los demás, la verdad sobre Dios y sobre el mundo. Son las grandes preguntas a las que nos enfrentamos hoy, reflejadas en la crisis social, la pandemia o la pregunta sobre la eutanasia. Las respuestas no están solo en la ciencia, sino que es necesaria una mirada llena de trascendencia para responder activamente con lo mejor de nosotros. No se trata solo de una nueva Constitución, sino de una nueva forma de relacionarnos, donde cada uno debe colaborar construyendo la paz. Para la pandemia no basta solo con una vacuna, sino que hemos descubierto en este tiempo que nos necesitamos profundamente, que no podemos abandonar ni a nuestros abuelos ni a los más necesitados. La discusión sobre la eutanasia, que es mucho más que un tema médico o científico, nos hace preguntarnos sobre el sentido último de la vida, el lugar que ocupa el dolor entre nosotros y, sobre todo, que nos debemos acompañar hasta el final. Son todas realidades que requieren que elevemos la mirada y llenemos nuestro mundo de esa trascendencia que solo Dios le puede dar. Desde ahí, todo adquiere sentido y verdad.
Contrasta con esto la figura de Herodes, quien tuvo la posibilidad de conocer a Cristo y seguirlo. Sin embargo, prefirió mantenerse instalado en su situación de poder y de falsa seguridad. Representa el mundo antiguo de quienes no están dispuestos a cambiar, sino que piensan que son los otros los que deben hacerlo. Epifanía nos enseña que las tinieblas nunca tienen la última palabra. Es la luz del Señor que nace en Belén la que queremos que ilumine nuestros corazones, nuestros hogares y también nuestra sociedad, que tanto la necesita.
Al iniciar este nuevo año, dejémonos sorprender por Dios que se nos manifiesta de forma especial en el tiempo que estamos viviendo. Que este nuevo año sea un tiempo de seguir esa inquietud interior de buscar sinceramente a Dios, convirtiendo incluso la adversidad en un tiempo de bendición para todos.
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho”.
(Jn. 1, 1-3)