A veces, lo que te define como marca no solo son tus ventajas, también son tus límites. Lo que te atrapa.
Dicho eso, me pasaría de listo si intentara darle vueltas a “Soul” —lo nuevo de Pixar, recién estrenado vía Disney Plus— a partir de sus presuntos defectos o las cosas que no calzan en su interior. Sería como ponerse a gritar en una esquina, ante una multitud que mira embelesada hacia otro lado: es evidente que no se trata, ni por lejos, de una película redonda; pero en términos visuales, narrativos y auditivos, es un artefacto apabullante. Qué duda cabe. Aciertan medio a medio los que dicen que la compañía no había intentado algo así desde los días de “Intensa Mente” (2015) y quizás incluso desde “Wall*E” (2009). Una historia que funcione por sí sola y que no dependa de personajes anteriores, sin reinos mágicos ni gente elegida. En comparación con esos héroes y heroínas, Joe Gardner se siente tan común como corriente. Neoyorquino, treintón, profesor de música a cargo de la desafinada banda del colegio; pianista frustrado que, el mismo día en que va a cumplir su sueño —tocar junto a la banda de una estrella del jazz—, sufre un accidente que lo manda derecho al “más allá”, del cual se escapa por los pelos solo para caer en el “más acá”, un espacio abstracto donde las almas que aún no se encarnan en un cuerpo se entrenan para definir su personalidad y cualidades futuras. Tal como le ocurría en su vida terrestre, Joe no se siente cómodo ni aquí ni allá, y “Soul” es el relato de su escape de vuelta a la Tierra, para llegar a la hora al club y sentarse a tocar, abrazar su destino. De una vez por todas.
Así las cosas, Gardner viene a ser un primo lejano de George Bailey, el inolvidable protagonista de “¡Qué bello es vivir!” (1946), cuyas angustias familiares y monetarias se transmutaban en dilemas espirituales vía un acontecimiento extraordinario. Si en la cinta de Frank Capra y James Stewart, la irrupción de lo fantástico conducía a un inquietante deseo concedido por un ángel (“¿cómo sería la vida en mi pueblo, si yo nunca hubiese existido?”), las preguntas que se plantea “Soul”, por su parte, son acaso más ambiciosas: ¿Quién soy yo, exactamente? ¿La suma de mis ambiciones y sueños o un simple sujeto que desea; alguien siempre en tránsito hacia otra cosa?
En orden a ensayar sus respuestas, la película prescinde de toda referencia religiosa o mítica, optando por un previsible trasmundo controlado por una serie de mentores, guardias y burócratas, que luce a mitad de camino entre área de entrenamiento, parque de diversiones y campus universitario. Ecuménica y decepcionante imitación de los parajes de fantasía creados para “Intensa Mente”, se trata de un espacio del cual Joe, y también el espectador, quieren escapar lo más rápido posible de regreso a una cálida y musical Nueva York de fines de primavera. Y son precisamente sus calles, sus sonidos, sus aromas; la luz que cae sobre veredas y escaparates, el flujo del tráfico, la brisa en los árboles, las que proporcionan esa alma, esa condición vibrante, ese “estar afuera”, inmerso en la vida, aludido en el título del filme. Pero no todo es tan fácil, ni tan original: Joe vuelve a la ciudad acompañado —la verdad, algo lastrado— por “22”, un espíritu rebelde que se niega a ser mentoreado y al que deberá iluminar en su camino; una argucia de guion mitad pragmática, mitad terapéutica y diseñada para mantener pendiente tanto al público infantil como a la audiencia adulta, una estrategia que Pixar ha convertido poco menos que en mandato a lo largo de su trayectoria, pero que acá, al revés de lo que ocurre en “Ratatouille” o “Coco”, resta más que agrega.
De hecho, viendo la forma en que por momentos “Soul” lucha contra su propia brillantez, cabe preguntarse qué ocurriría si Pixar se dejara llevar por su impulso, tal como lo hace Joe frente al piano. Abrazando ventajas, y también limitaciones.
Soul
Dirigida por Peter Docter, Estados Unidos, 2020, 101 minutos.
Disponible en Disney Plus.
ANIMACIÓN