Conseguí unos botellones y jarros de greda, de un par de artesanos en Unihue, bellísimos, de formas muy simples, con colores diversos según la cocción y, después, saliendo de San Javier, canastos de mimbre de distintos tamaños y formas, sin pinturas ni falsos añadidos. A la vuelta, cuando extendí mis tesoros sobre la mesa pensé en cómo la utilidad encierra un secreto de belleza, pero no es conclusiva. He visto, tantas veces, los mismos utensilios, perfectamente útiles, arruinados en su belleza por una falla ligera en la proporción, un añadido o adorno innecesario e impropio, una imitación sospechosa de otra tradición. La mesa de mi casa parecía al retornar un bazar, porque mi intención era comprar estas artesanías para regalar en Navidad (huyendo de las aglomeraciones citadinas), pero como quedé arrobado por la luz y la consistencia que emanaba de su simpleza me compré ejemplares dobles o triples para guardar uno yo en mi casa, igual que me pasa a veces cuando he optado por regalar un libro y termino comprando dos porque me surge la necesidad imperiosa de contar con una copia en la biblioteca.
Hechas las compras de Navidad, retomé camino hacia Nirivilo, una pequeña aldea rural que no visitaba en más de 20 años. Llevaba el dato de un vino pipeño muy reputado y, bajo el brazo, un ejemplar de “El poema de las tierras pobres”, del poeta y periodista Jorge González Bastías, nacido ahí en 1879. González es un poeta en extremo sensible, de una subjetividad muy acorde con la naturaleza de esta comarca, casi panteísta, generoso y atento frente al abandono y penurias de sus habitantes, capaz de versos como los siguientes: “Hay espanto en los ojos/ de los niños labriegos/ que oyen a medianoche/ clamores homicidas en el viento”. Su poesía se ciñe a un decir muy discreto, despojado, sintético y justo como la factura de la cerámica y cestería que describí más arriba. Celebro que la editorial de la Universidad Católica del Maule haya recién sacado a luz una nueva edición de un texto muy difícil de hallar y que se ha tornado casi en un referente de culto para nuevos poetas y lectores.
Frente a Nirivilo, al otro lado del río Maule, en su ribera norte, en una de las paradas del ramal de ferrocarriles que va de Talca a Constitución, se encuentra sobre la ladera de un cerro la casa “de largos corredores” que fuera de la familia del poeta, a la cual se retiró, escribió sus mejores poemas y en la que murió en el año 1950. El lugar, llamado curiosamente “Infiernillo”, fue rebautizado con el nombre de “González Bastías”.