La sostenida caída del crecimiento de nuestra economía, evidente desde 2012, sigue alimentando el debate en torno a sus causas, sin haber alcanzado una explicación convincente que sea compartida. Sin duda, este elemento incide de manera importante cuando se intenta visualizar el camino de salida a la actual crisis provocada por la pandemia. Si tuviésemos un diagnóstico y una estrategia de mediano plazo orientada a superar los obstáculos que frenan el aumento de la productividad y los ingresos, esta tarea sería menos compleja. De ahí la importancia de volver sobre esta discusión.
Hacia fines de 2013, se instaló en diversos círculos la idea de que el menor crecimiento se debía al deterioro en las expectativas, provocado por la incertidumbre asociada al programa de gobierno de Michelle Bachelet, argumento que esa administración no logró contrarrestar. Esta hipótesis inspiró la campaña del Presidente Piñera y luego las políticas de los primeros años de su actual mandato, con un efecto modesto en el crecimiento del país.
Entonces, tomó fuerza el argumento que apuntó al mal funcionamiento del sistema político como causante de nuestro bajo crecimiento, simbolizado en el reemplazo del sistema binominal por uno proporcional en 2015. Este cambio no solo habría perjudicado el funcionamiento del Congreso, también debilitado los partidos, dificultado los acuerdos y generado la actual parálisis gubernamental. En este cuadro de fragmentación del sistema político, se estaría haciendo muy difícil la gobernanza del país, por lo que en el proceso constituyente debiera darse la solución a este problema
Ambas hipótesis no consideran los cambios que se han producido en la economía mundial en las últimas décadas. Por ejemplo, el comercio global se aceleró significativamente entre fines de los años 80 y la crisis financiera de 2008, y ahora volvió a su tendencia histórica; los flujos de capital hacia Chile y América Latina en los años 90 fueron significativamente superiores a los de la década previa; la participación de China en el comercio mundial pasó de un 2% en 1990 a casi un 14% en la actualidad, y el mejoramiento de los términos de intercambio durante el superciclo generó ingresos anuales adicionales de más de 6% del PIB.
La estrategia de crecimiento que siguió Chile desde mediados de los años 80, basada en la apertura al exterior, la estabilidad macroeconómica y el uso de los mercados en la asignación de recursos, fue efectiva en los períodos favorables de la economía mundial, pero no hizo gran diferencia cuando el ambiente externo se deterioró. De hecho, en los buenos años, Chile creció anualmente casi 2 puntos porcentuales por encima del promedio de América Latina, ventaja que prácticamente desaparece en los períodos malos.
Se suma a lo anterior que gran parte de los hechos que favorecieron a la economía mundial en las últimas tres décadas ocurrió por una sola vez. La incorporación de Europa del Este y de China a la Organización Mundial del Comercio y a los mercados internacionales generó un aumento gigantesco en la fuerza de trabajo del mundo, un exceso de ahorro mundial, un aumento en la demanda de productos básicos y una baja significativa en las tasas de interés. Todos estos fenómenos ya fueron absorbidos por la economía mundial, por lo que las tendencias poscovid serán muy diferentes a las que observamos en las décadas pasadas.
En otras palabras, nuestra estrategia de crecimiento quedó atrasada respecto a los cambios en el entorno externo, lo que tenderá a acentuarse en el escenario poscovid. Una realidad que las últimas administraciones pasaron por alto, con consecuencias negativas para el progreso de mediano plazo. Lo relevante para el crecimiento es tanto el cambio en el escenario externo como la densidad de la respuesta interna.
Una nueva estrategia de crecimiento debe aprovechar la apertura al exterior y la estabilidad macroeconómica que se han consolidado con la estrategia actual, pero necesita introducir intencionalidad para incorporar nuevos conocimientos a las actividades productivas de mayor potencial, que es precisamente el área que el reciente Informe de Competitividad del World Economic Forum calificó como deficitaria en Chile. Para que este esfuerzo fructifique, se debe llevar a cabo a través de múltiples procesos colaborativos y de experimentación, aprovechando los activos locales y la base empresarial de los territorios.
Este enfoque marca diferencias importantes con el desarrollismo desde el Estado que plantean algunos sectores, como con del fundamentalismo de mercado que predomina en las visiones más conservadoras. En este sentido, postula institucionalizar la inteligencia colectiva a través de una gobernanza abierta, que tienda a recomponer el tejido social, utilizando las redes de colaboración para aprovechar el conocimiento distribuido que existe en la sociedad.
En síntesis, para enfrentar la actual crisis es indispensable trabajar con una agenda que se ocupe simultáneamente de los efectos directos de la emergencia sanitaria y del escenario poscovid, algo que solo será posible si logramos un diagnóstico acertado de la evolución de nuestra economía, por una parte, y de sus reales posibilidades de recuperación en el contexto de las nuevas tendencias globales, por otra.