La Cámara de Diputados acaba de aprobar en general el proyecto de ley sobre muerte digna y cuidados paliativos. Esto representa un cambio radical no solo en nuestro ordenamiento jurídico, sino también en el concepto fundante y perenne de la medicina: la relación médico-paciente, que queda así desnaturalizada. Ya no se cuidará a todos los pacientes, sin excepción, sino que se podrá dejar de lado a algunos de los más vulnerables.
En rigor, el proyecto de ley se refiere al enfermo que haya “sido diagnosticado de un problema de salud grave e irremediable”, que padezca de una “enfermedad terminal” o de una “enfermedad o dolencia seria e incurable”. Cabrían aquí la mayoría de las enfermedades oncológicas como también de las enfermedades crónicas no oncológicas del adulto (“problemas graves e irremediables”), incluyendo enfermedades autoinmunes, neurológicas degenerativas y lentamente progresivas o el deterioro cognitivo en sus etapas iniciales, como el Alzheimer, y abriendo así el abanico de pacientes susceptibles de eutanasia, extendiéndolo a una gran cantidad de enfermedades.
Además, el rótulo de enfermedad terminal es muy complejo, toda vez que no tenemos aún una clara definición científica. El rápido avance de la medicina y de las tecnologías vinculadas a ella hace que hoy enfermedades avanzadas y sin tratamiento conocido pasen a ser tratables; así, por ejemplo, cánceres estimados incurables hasta hace muy poco, gracias a tratamientos inmunológicos y otros, tienen cambios radicales en la esperanza y calidad de vida.
Y, por último, hay que recordar que incurable no es sinónimo de intratable. La medicina no puede curar todas las enfermedades, pero siempre puede cuidar a todo enfermo, y para ciertas enfermedades existen terapias que, sin ser necesariamente paliativas, modifican la progresión de la enfermedad sin curarla. El cuidado de estos pacientes, que es uno de los fines centrales de la medicina desde sus inicios, es el mayor ejercicio de compasión y de humanidad que los profesionales de la salud pueden brindar, dando pleno sentido a su práctica, más allá del resultado final. En este sentido, la mejor forma para atender el sufrimiento del paciente —un sufrimiento que hay que aliviar, sin duda alguna— es cuidarlo, aun cuando ya no se pueda curar.
Otro aspecto fundamental en la relación médico-paciente que genera la eutanasia es la desproporción entre una excesiva autonomía del paciente y la reducción drástica de la autonomía del médico. En el proyecto se expresa el deber de “aliviar el sufrimiento en condiciones que el paciente considere aceptables”. Pero el énfasis en la sola decisión del paciente deslegitima las evidencias científicas existentes en el ámbito de los cuidados paliativos, por ejemplo, relegando la alianza terapéutica a la mera voluntad del enfermo. La exagerada autonomía individual —que atraviesa todo el proyecto—, se extiende incluso a ámbitos que pertenecen a la determinación de la ciencia y la experiencia médica. Del extremo peligroso que de una visión hiperpaternalista de la medicina se pasa al otro extremo, igualmente peligroso y dañino, a la medicina de los deseos, saltándose el justo medio que no es sino el centro de la medicina, la alianza terapéutica.
Otro punto, particularmente controvertido, se refiere a la limitada capacidad que puede tener el paciente de tomar decisiones tan trascendentes, como las que se refieren al final de su propia vida. El proyecto incluye a los menores de 18 años y a pacientes que padecen de una enfermedad psíquica, ambos casos por naturaleza “no autónomos en las decisiones”. Aparece, así, la figura de un paciente en esencia no bien informado, que no es verdaderamente autónomo, y menos en la toma de decisión sobre un hecho irreversible como la muerte propia. La inclusión de personas menores de edad y de pacientes con enfermedades psíquicas, así, pone en duda la idea central enfatizada por el proyecto: la autonomía del paciente. La indagación sobre dicha autonomía estaría a cargo, indiferentemente, de un psiquiatra o de un médico de medicina familiar, que no necesariamente tendría la competencia para asegurar las capacidades del paciente.
Junto con la preocupación por la vida de miles de pacientes vulnerables, surge así también una preocupación por los fines de la medicina. Con este proyecto, no solamente mueren pacientes. Muere también parte del sentido de la medicina.
Felipe Heusser
Decano de la Facultad de Medicina UC
Luca Valera
Director del Centro de Bioética UC