Hay excitación en las calles. Grupos de personas se arremolinan y preparan para ver el eclipse. “En las esquinas grupos de silencio”, decía García Lorca a propósito de la conmoción del pueblo por la muerte del torero Ignacio Sánchez Mejías. Ya no existen esos “grupos de silencio”, las multitudes hoy en todo el mundo son ruidosas y vociferantes. En la televisión astrónomos, astrólogos, políticos hablan como papagayos, se diseminan en las redes millones de mensajes, memes, videos. Ruido, ruido, ruido. El eclipse ya se convirtió en un espectáculo, uno más. Como terminaron por convertirse el estallido, la pandemia, el retiro del diez por ciento, como lo serán todos los “eventos” que advengan en los próximos años. Hasta del dramático y agobiante confinamiento ya se están haciendo reality shows por Zoom.
Mi amigo Ítalo Thai me envía un mensaje que leo con atención: “Tomemos el eclipse con el respeto, el recogimiento y la introspección de nuestros ancestros”. Ítalo ha hecho un teatro y danza siempre en las profundidades de los arquetipos, los mitos, los sueños colectivos: la Ciudad de los Césares, la cosmovisión mapuche. Ahora trabaja en un proyecto sobre la Antártica como tierra de revelaciones, como la tierra prometida del posnihilismo. En esa búsqueda (bastante solitaria) trabaja Ítalo, realizando una suerte de “emboscadura” (el término es del escritor Ernst Jünger) en estos tiempos en que prevalece la uniformidad en todo. La cultura de la cancelación es una de las caras de esa nueva dictadura invisible. El pensar calculante, que convierte todo en cifras, es la otra cara.
En su libro “La emboscadura”, Jünger intentó contestar la pregunta de cómo se comportan las personas ante y dentro de la catástrofe. Una pregunta pertinente para estos días. Respeto, recogimiento e introspección (las actitudes que propone Ítalo) parecen ser tres formas de resistencia en medio de la bullanguería, la agitación, las funas, los likes, el griterío. Muy pocos hoy se detienen a contemplar en silencio, a pensar los fenómenos y acontecimientos. Para ello hay que “estar presentes” de una manera no hipnótica, para tener una visión propia que solo puede lograrse con presencia e introspección. Heráclito dijo refiriéndose a las personas de su tiempo: “están presentes/ausentes”. Habló de la existencia sonambúlica. Hoy día estamos en un estadio superior de ese sonambulismo: el nuestro es el tiempo de los zombies, ellos son los arquetipos operantes de nuestra época.
La primera vez que tuve la experiencia de estar dentro de una multitud de zombies fue hace años en el Parque Forestal. De pronto, me vi rodeado de grupos que se desplazaban de un lado a otro, mirando en sus dispositivos: eran los “pokemones”. Ya no hay pokemones, pero nuestra convivencia se ha “pokemonizado”, nuestra política también. Algunos juegan con fuego, otros con el miedo. Pero nadie mira, nadie escucha, nadie contempla, nadie espera. Salvo algunas comunidades mapuches del sur: “Como mapuches, miramos los eclipses con respeto, porque no son motivo para saltar, gritar ni celebrar”, dicen en la comunidad del cacique Federico Alcamán, en Catripulli. “Es un manifiesto de la naturaleza”, afirman. Dicen que el gallo cantó dos veces después del eclipse. Ellos todavía saben estar atentos a esos signos, esperar y aprehender poéticamente el mundo. Es una buena noticia que por primera vez en nuestra historia tengan escaños reservados en un Parlamento convertido hoy en salón de Farándula. ¿Llevarán a ese espacio republicano respeto, recogimiento, diálogo que tanta falta le hacen a una política que vomita, grita pero no piensa, ni siente ni digiere? Que nos enseñen a mirar el eclipse hacia adentro. Para “irnos cayendo desde la piel al alma”, como decía Neruda. O tendremos que partir a la Antártica con Ítalo Thai a buscar el vacío y el silencio que nos salvan.