“La responsabilidad de cumplir los protocolos la tienen los clubes. Deberán usar juveniles si no poseen los jugadores suficientes. No se contemplan suspensiones de partidos”.
En la premura por reanudar el campeonato mientras los calendarios aún soportaran las fechas necesarias para terminar el torneo, no hubo en los protocolos elaborados por la ANFP una mención específica a la suspensión de partidos. No era necesario, porque los clubes estaban obligados a informar de sus casos positivos con la anticipación suficiente para viajar, concentrarse y jugar sin afectar al resto del plantel ni a los rivales. Por lo pronto, así se hizo en ambos torneos con los primeros casos de contagio conocidos. Los clubes informaban, aislaban a sus jugadores y se presentaban.
Todo cambió con ColoColo-Antofagasta, una cachetada a los protocolos elaborados en conjunto por las autoridades futbolísticas y sanitarias, y que fue fruto del trabajo de los cuerpos médicos de la ANFP y varios clubes. La sentencia que abre esta columna pertenece al doctor Fernando Radice cuando el torneo comenzaba a jugarse, y los riesgos eran evidentes, pero la intención era una sola: sacarlo adelante con los cuidados necesarios para los protagonistas.
Hoy ya todo es más difícil de entender. No está claro por qué se suspenden los partidos ni cuantos casos de contagio deben existir para lograrlo (hay equipos que teniendo un jugador positivo han solicitado la reprogramación). Desde aquel día en que Colo Colo decidió dejar sobre el bus al plantel de Antofagasta solicitando unilateralmente la suspensión del encuentro, todos los protocolos se fueron, en buen chileno, a la chuña. Y estamos pagando los costos de esa medida que, por lo demás, quedó sin sanción efectiva.
El gatillo para suspender partidos se dispara fácil en Quilín, ya sea por razones sanitarias o por las programaciones de la Conmebol, que no son apeladas siquiera. Lo que significa dos cosas: el campeonato se desordena, pierde valor y certeza. Y segundo, no hay criterios claros, lógicos y establecidos, que era el propósito del trabajo arduamente desarrollado para el retorno de la actividad.
Las sanciones para quienes incumplen los protocolos son sólo económicas, y las dificultades para calzar los calendarios son tan grandes que requieren de ingeniería retorcida, que se viene abajo con pasmosa facilidad. No hay certeza de finalizar el campeonato el 31 de enero, lo que genera una complicación más grave que la caducidad de los contratos de los futbolistas: la planificación de la temporada 2021, que contempla torneos internacionales muy ajustados por las clasificatorias y la Copa América.
El escenario se torna aún más complejo tras la renuncia del Gerente de Ligas Profesionales, Rodrigo Robles, quien tenía la responsabilidad de armar el rompecabezas de cada fecha. Sería conveniente que la Comisión Médica reordene las cosas, llene los vacíos que dejó en el protocolo y sepamos, a ciencia cierta, cómo discernimos el cuidado pandémico del espíritu deportivo. Porque hasta ahora, esto es muy confuso.