Argentina está evaluando imprimir billetes con la cara de Maradona. Es que, aunque haya terminado rodeado de controversias, el talento del Diego es indiscutible. El culto a su persona invita a reflexionar sobre cómo la sociedad concibe el talento.
¿Hay mérito en el talento o es, no más, resultado de la suerte? Partamos por recordar que un “don” es tanto una habilidad como un regalo. En la antigua parábola, el señor distribuía los talentos desigualmente y al volver de su viaje celebraba a quienes habían producido más, independiente de su dotación inicial, y castigaba a quien “escondió su talento en la tierra”. Lo meritorio no era la posesión de talentos, sino que estos, por pocos que fueran, se desarrollaran: “al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Unos 2.000 años más tarde, John Rawls consideraría los dones naturales como accidentes, arbitrarios desde un punto de vista moral. La concepción de justicia debería buscarse, entonces, en un escenario hipotético en el que nadie conoce los talentos que tendrá.
Por cierto, lo que se haga con los talentos —el trabajo, digamos— suele ser considerado meritorio, y ello ha estado en las bases de la cultura moderna. Claro, Maradona pudo haber sucumbido a las pasiones antes de convertirse en un dios. Y como dijo Tiger Woods, “mientras más entreno, más suerte tengo”. Pero seguro está lleno de jugadores que entrenan con al menos tanto tesón, pero sin brillo. ¿Son más o menos meritorios?
También hay quienes, como Rousseau, ven en la apreciación del talento el origen del vicio: “Aquel que mejor cantaba o bailaba, o el más hermoso, el más fuerte, el más diestro o el más elocuente, fue el más considerado; y este fue el primer paso hacia la desigualdad”, de allí nacieron “la vanidad y el desprecio; la vergüenza y la envidia”.
Como sea, las personas se enojan poco al pensar que el mejor futbolista del momento (¿Arturo Vidal?) gana mucho, mucho más que el promedio de los chilenos. El 57% apenas se enoja, mientras que el 20% se enoja harto. Aun así, el futbolista millonario enoja más que alguien que inventa algo valorado por la gente. Pero mucho menos que el gerente de una gran empresa, o qué decir que un político (CEP 2019).
Es decir, a los ojos de la gente no todas las desigualdades son iguales; y la de nuestro futbolista, tal vez la personificación del talento, parece más bien justificada. ¿Se le considerará meritorio? Quizás sea que se justifica la retribución al talento por el placer que produce (¡esos goles!), pero en ese caso, ¿aplica el mismo criterio a quienes ofrecen bienes valorados en el mercado?
Están también las preguntas, hoy bajo discusión, de hasta qué punto el talento justifica los errores cometidos en otras dimensiones, y hasta qué punto esos errores enlodan el fruto del talento.
Para terminar, es posible —y quizás deseable— que el talento sea fuente de admiración o incluso de veneración, sin necesidad de que exista mérito. ¿Tienen los dioses mérito en ser dioses?
Loreto Cox