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Cartas
Miércoles 09 de diciembre de 2020
¿Capitalismo en el diván?
Señor Director:
La línea argumental que Eugenio Tironi desarrolla en su última columna de opinión, donde llama al capitalismo y a la empresa chilena a recostarse en el diván del terapeuta —que sorprendentemente asimila al próximo proceso constituyente— pone la carreta delante de los bueyes.
Tironi asume que se requeriría una suerte de mandato externo —los edictos de Davos o las encíclicas papales— para encarrilar a las empresas, chilenas o no, hacia decisiones conducentes a objetivos que las trasciendan, como la protección del planeta y la salud de la población. Según Tironi, ello supondría abandonar, o al menos mitigar sustancialmente, el natural afán de lucro de estas. Pero el caso es que, hoy como ayer, sigue siendo el afán de lucro, esa suerte de libido empresarial, esta mina del capitalismo, el más eficaz medio de solución de muchos de los problemas reseñados por el columnista.
Sobran ejemplos. La inminente solución al problema mundial del covid, que ocurrirá gracias a las vacunas desarrolladas por las principales farmacéuticas del mundo, no va a ser consecuencia de la benevolencia de aquellas, sino de su propio afán de lucro, como debiera ser obvio para cualquiera.
En cuanto al medio ambiente, y tratándose de Chile, la notable y beneficiosa irrupción de las energías renovables no convencionales en la matriz de generación, no fue el resultado de la lectura detenida de las encíclicas papales por parte de los ejecutivos del sector, sino del afán de lucro empresarial, que supo aprovechar el cambio tecnológico, resultado también del afán de lucro que tuvo lugar en otras latitudes.
Las empresas nunca han operado en el vacío: son permeables, en razón de su propio afán de lucro, a las exigencias de la sociedad; lo demás es caricatura. La crisis sanitaria, que causó conmoción en la población, motivó la lucrativa competencia por una vacuna; la creciente preocupación por el cambio climático propició una también lucrativa innovación tecnológica, abriendo paso a las energías renovables, y así sucesivamente.
El orden causal es entonces inverso a como lo sugiere Tironi. No será Davos ni las encíclicas papales las que modifiquen el curso de acción de las empresas. El rol de la Iglesia —u otros referentes éticos— estará más bien en la conquista de las almas de las personas, lo que a su turno movilizará a las empresas. En tal sentido, los que necesitan diván —o religión— son los individuos, no las empresas, porque los dilemas éticos son propios de los hombres, no de las organizaciones. No pongamos la carreta delante de los bueyes.
Jorge Quiroz