La politización es una enfermedad que afecta al mundo político pero que se proyecta a la población generando la polarización. Es un triunfo directo de la izquierda, que promueve las divisiones para enfrentar a unos contra otros y lograr que la violencia, verbal, física o síquica, sea la partera de la historia.
Esta surge cuando los políticos se dedican a plantear grandes temas, como el de la Constitución. También otros muy ideales, como la desigualdad (llevamos sesenta años en esto), equidad y tantos otros que se pregonan. Inalcanzables en el corto plazo, liberan de responsabilidad a sus promotores. Es un arma formidable para distraer a la gente de los temas concretos que requieren de una aplicación gubernativa constante y con medidas precisas: seguridad, educación, salud, pensiones y varios otros que duermen por años en los anaqueles del Congreso para desesperación de los simples mortales que tienen que sobrevivir día a día.
El parlamentarismo es su cómplice. Traslada el ejercicio del gobierno al Congreso, asamblea numerosa y variopinta que exime de responsabilidades a sus miembros: la obstrucción es su arma clave, impidiendo el avance de los proyectos referidos a las necesidades objetivas y acuciantes de la población. Es una constante histórica que diputados y senadores luchen denodadamente por conquistar poder en desmedro del Presidente.
La politización también se alimenta del populismo: muchas pataletas y caprichos sonoros y con gusto a popular. A diferencia de los anteriores, que van de las abstracciones a las obstrucciones, a este le gusta implementar soluciones descabelladas mientras suenen bien. Total, más adelante no habrá que rendir cuentas o ya se inventará otra mentira para encubrir la que queda en evidencia por fracasada.
El problema de fondo es que nuestro ser mestizo tiene más afinidad con estas situaciones que con la sobriedad y el tesón constructivo. Ignorado y menospreciado a lo largo de nuestra historia, no tiene reparos en destruir hasta que no afecte a su subsistencia. Vivimos en la pretensión de ser occidentales y herederos de la racionalidad originada en la Grecia clásica. Nada más lejano de nuestra verdadera y desconocida realidad.
En la politización se reúne lo más profundo de nuestra cultura ancestral con los avatares del presente. Esperar de una Constitución es un espejismo propio de las élites. Debemos mirar desde el fondo de nuestro ser cultural para iluminar el futuro, que es el motor del presente.