Esta película –el primer estreno que se exhibe en sala desde marzo pasado– tiene el propósito abierto de semejar una tragedia. Está dividida en cinco “cantos”. La narra un oráculo. La movilizan los sueños. Abundan los pájaros agoreros. Es la tragedia de dos familias, los Pushaina y los Abuchaide, de la tribu wayúu, en la región de La Guajira, entre los años 1960 y 1980, una época conocida en Colombia como la “bonanza marimbera”, el boom económico del norte basado en el tráfico masivo de marihuana hacia el oeste de Estados Unidos.
En la interpretación de
Pájaros de verano, la tragedia se desencadena cuando Rapayet (José Acosta) y su amigo Moisés (Jhon Narváez) descubren que los primeros hippies norteamericanos, encubiertos bajo los anticomunistas Cuerpos de Paz, buscan marihuana de calidad para llevar a su país. Rapayet logra casarse con Zaida (Natalia Reyes), la hija de Úrsula Pushaina (Carmiña Martínez), con lo que queda bajo la férula de la matriarca familiar y los Pushaina se convierten en un grupo de forrados.
Como en las sagas de gánsteres, Moisés, que no es un wayúu, encarna el descontrol de los nuevos ricos; es el Joe Pesci de
Pájaros de verano: sus acciones detonan las primeras asperezas entre Rapayet y el primo Aníbal (Juan Bautista Martínez), el gran proveedor de la cepa Santa Marta Golden. Con él comienza la violencia.
La narración y muchos de los personajes insisten en que el tráfico de droga es el culpable de la malavenencia entre los wayúus. Pero, una vez que se acaba la intervención provocativa de Moisés, varios otros factores mucho más incidentes dirigen la desgracia, sin omitir esa arrogancia de vidente con que se para la matriarca Úrsula. Por ello, la segunda mitad del relato adquiere un aire algo forzado y vicioso, como si los protagonistas extraviaran toda lucidez sobre su propia desgracia. La tragedia empieza a ser sustituida por su mecánica (¿cómo se explica la estupidez de Leonidas?).
Los cineastas Cristina Gallego y Ciro Guerra están entre los más prestigiosos de la generación de relevo en el cine colombiano, la que anda en torno a los 40 años. Juntos produjeron en 2005
El abrazo de la serpiente, una película con unos momentos de singular barbarie, a menudo elogiada por las razones equivocadas.
Pájaros de verano se niega a exhibir la victoria de la violencia, está del lado de la cultura wayúu, culpa a los “turistas” estadounidenses por inocular la codicia, hace de las mujeres y los niños las víctimas más inocentes. Para todo esto se toma su tiempo, la morosidad que siempre se atribuye a las culturas indígenas, aunque en esos momentos muertos con frecuencia hay más vacío que reflexión. O sea que es tan políticamente correcta como dramáticamente incompleta.
Dirección: Cristina Gallego y Ciro Guerra.
Con: Carmiña Martínez, José Acosta, Natalia Reyes, Jhon Narváez, Greider Meza, José Vicente, Juan Bautista Martínez, Miguel Viera. 125 minutos.
Cine Arte Normandie