-¿D e cuál Maradona me habla?
“El del 86”.
—Bueno, pero cuál: ¿el del gol con la mano o el del Mejor Gol de los Mundiales..?
Se ha escrito mucho en las redes sociales en estos días sobre “los Maradona” y una crítica dura asoma cuando alguno tuitea sobre el de la calle, el de fuera de la cancha. “Critique al jugador”, le dicen, “que con la vida privada nadie se puede meter”. Y si otro escribe sobre el gran futbolista que fue, el comentario será “diga también que fue un drogadicto, alcohólico, matón”.
Finalmente es casi imposible opinar sobre el “10”. Y ni siquiera es fácil describirlo eludiendo todo adjetivo. La más simple reseña complica, porque la enumeración de hechos contiene calificaciones en si misma.
Hay un par de cosas que son concretas: su inteligencia y su condición física.
Nunca le escuché una tontería a Maradona y siempre se mostró informado de la actualidad y en temas variados, con respuestas rapidísimas. Y siempre fue fiel a sus convicciones políticas, esté cada uno de acuerdo o no con ellas. Inteligencia natural, de aquella que surge sin ilustración, al calor y urgencia de la calle y, seguramente, de la Villa Fiorito de su infancia.
Y cualquier otro cuerpo no habría soportado lo que Maradona obligó a soportar al suyo. Se ha escrito que ya estaba en la droga para su gran año deportivo de 1986, aunque su primer castigo serio por esa causa se produjo en 1991 y el más grave en el Mundial de 1994, con la expulsión de la Copa y su despedida del seleccionado argentino. “Me cortaron las piernas”. ¿Se acuerda? Y el alcohol y la noche y todos los excesos posibles.
Su mente despierta y su físico privilegiado le habrían permitido ser un anciano sabio, posiblemente. Pero eligió otro camino. La fama, esa fama inmensa, gigantesca, mundial que siempre lo acompañó fue irresistible. Diego no la resistió. (Elvis tampoco). Es demasiado el peso. Y cuando le sugirieron que cambiara dijo simplemente: “No voy a cambiar. Soy Maradona”. Eso es cierto: habría sido otra persona.
¿Soberbio? Por supuesto. Y violento, como cuando abofeteó a un joven reportero o cuando hirió a cuatro periodistas con disparos. Todo eso y mucho más.
Aun así, no es justo descalificar a Maradona. Nadie podría resistir tanta adulación insensata. Le dijeron que estaba bien hacer un gol con la mano y le aceptaron que era “la mano de Dios”. Lo llamaron “Dios”. Y hasta un grupo idiotizado fundó la “Iglesia maradoniana”. Nadie podría resistirlo.
Finalmente fue una víctima de su fama y siguió siéndolo después de su muerte. Si hasta un gobierno prestó la casa de los presidentes para el velatorio, en un símbolo de la insensatez en un mundo insensato.
Por eso terminó así Diego Armando Maradona, para muchos el mejor futbolista de la Historia, título que se negó a compartir con Pelé. Se ha ido un gran jugador, un futbolista de calidad histórica, uno que dijo que “la pelota no se mancha”. Y él no la manchó. Su vida, sí.