Colo Colo nunca estuvo peor en su historia.
Y no hablamos solo desde el punto de vista competitivo, donde la opción de descender dejó de ser una fantasía. La falta de liderazgo, las pésimas políticas institucionales, las confusas medidas financieras y deportivas han llevado al club a una crisis inimaginable y que, aunque cueste creerlo, aún puede ser peor.
La decisión de Leonidas Vial de poner a la venta su porcentaje accionario en medio de la debacle —haciendo la pérdida económica— provoca un nuevo escenario catastrófico: el interés de grupos de conveniencia para quedarse con el club más popular del país aprovechando su caída libre. El precio de venta es una ganga y el caos en el directorio, sumamente propicio para lanzarse, como un tiburón hambriento, sobre los despojos sangrantes de la sociedad anónima. Escenario fértil para representantes de jugadores, embaucadores profesionales, añosos rifleros nostálgicos o encantadores de serpientes que reflotarán la idea del capitalismo popular, subiendo a los socios con capacidad adquisitiva en la aventura.
No vale la pena retornar a las chapuceras explicaciones de quienes llegaron a Blanco y Negro para explicar la crisis. Lo concreto es que desde la mesa se tomaron las peores medidas posibles en el peor momento de la pandemia. Y en eso las responsabilidades son colectivas, por más que la Corporación —que pactó un acuerdo electoral con Aníbal Mosa en la ilusión de hacerse con el poder— hoy pretenda hacer las de Poncio Pilatos.
Lo increíble es que en el actual directorio no exista ni uno solo que pueda librarse del desastre. Y no lo hay porque ninguno fue capaz de alzar la voz cuando se perpetraban las barbaridades que iban a devenir en el descalabro. Que significaron una pérdida económica cuantiosa, la impresentable actitud del plantel y el descrédito general de Blanco y Negro.
Si Colo Colo baja de categoría este año, se habrá concretado la más notoria de las “vendettas” de la historia del fútbol nacional. El plantel pudo haber tenido un mal año —como el de Alianza Lima, para no ir más lejos—, pero pocas veces se vio un equipo con menos sentido del deber y vergüenza deportiva que este. Aquejado por las lesiones producto del receso “cesante”, es cierto, pero con rendimientos individuales que están lejos de “honrar” el sentimiento que dicen tener por la camiseta. El solo hecho de que la única opción viable para apuntalar el trabajo de Gustavo Quinteros sea la recontratación de Jorge Valdivia es el mejor ejemplo de cómo se han hecho las cosas esta temporada, con gerente técnico, vicepresidente ejecutivo y mayoría de votos en el directorio. Es decir, con la sartén bien tomada del mango.
Taimados, envejecidos y lesionados, los jugadores todavía podrían aminorar la catástrofe, por cierto. Quinteros se enervó demasiado pronto, como si los árbitros y el VAR tuvieran la culpa de todo. Un técnico irritado, sancionado y abandonado por sus pupilos y superiores no podrá remontar por sí solo. Requiere ayuda, y urgente. Mientras tanto, sobre la cabeza de la institución pesa la espada más filosa: el afán de su barra por repetir lo del año pasado, pero esta vez buscando el beneficio propio y no el del archirrival. Para tenerlo claro: si eso sucede, debe pagar el club, y no toda la industria del fútbol chileno. Para que estén advertidos y preparados.