La aprobación del segundo 10% no ha zanjado el problema institucional que se instaló. De prosperar el mecanismo diseñado en el Congreso para legislar, buena parte del debate de la Convención Constituyente será irrelevante. Lo que diga la Constitución sobre derechos sociales, iniciativa presidencial o instituciones palidecerá respecto de lo verdaderamente importante: los quorum. Así, serán los artículos destinados a definir cómo se modifica la Constitución los que, paradojalmente, determinarán las reglas.
La rigidez puede ser muy negativa si impide ajustarse a realidades cambiantes. Por ello, los países se dan cierto grado de flexibilidad para permitir la deliberación del gobierno y el Congreso, y enfrentar de mejor manera las circunstancias. Pero la flexibilidad casi sin limitaciones puede ser muy problemática, no solo porque aumenta la incertidumbre sobre la institucionalidad —lo que es obvio—, sino también porque pasamos a depender en exceso de la virtud de quien toma las decisiones.
La categoría de un buen político —así como la de un buen médico— se revela en tiempos difíciles. Así como un cirujano muestra su virtuosismo cuando la operación se complica, algo parecido pasa con los líderes de cualquier organización. En tiempos buenos, los errores pasan desapercibidos, y cuesta distinguir las buenas decisiones de las malas. En momentos críticos, en cambio, las equivocaciones se notan, y se revela quién es quién.
En las últimas semanas el país ha sido notificado de dos grandes fenómenos. Por una parte, que la presunta rigidez institucional que se le achaca a la actual Constitución dará paso a un sistema altamente líquido, gobierne quien gobierne. Y segundo, en el momento crítico, en vez de acotar los problemas para solucionarlos, el sistema político está dedicado a amplificarlos.
Las finanzas ofrecen una interesante perspectiva para entender las consecuencias de esto. La incertidumbre sobre las posibles acciones del sistema político aumenta el factor de riesgo presente en las decisiones de empresas y personas, por lo que los inversionistas exigen una mayor compensación frente al riesgo. Pero lo verdaderamente interesante es que, en momentos de dificultad económica, las decisiones de política pública amplifican este fenómeno. Si la decisión es correcta, la compensación por riesgo cae fuertemente al revelarse que estamos en buenas manos. Pero si el paso dado va en el sentido equivocado, la compensación por riesgo sube mucho al revelarse el carácter del político.
Mientras los coronadólares sigan fluyendo, todos estarán felices en la piscina. Cuando el nivel del agua baje, se verá quién tiene el traje de baño bien puesto.