Michelle Roche Rodríguez (Caracas, 1976) es narradora, crítica literaria, periodista, fundadora de revistas, animadora de programas feministas, colaboradora de diversos medios internacionales, directora de talleres, líder en el emprendimiento de materias de género en ámbitos alternativos, profesora universitaria y de un cuanto hay. En el presente, es una de las autoras venezolanas más reputadas, tanto en su país, como en el extranjero. Aparte de sus contribuciones como reseñista o pedagoga, ha publicado numerosos libros, que van desde el ensayo, el cuento, la crónica, el poema en prosa y, desde luego, la novela.
En términos generales, Roche Rodríguez recurre a una prosa tradicional y a un estilo vívido, coloquial y culto, expresivo, mordaz, por momentos bárbaramente satírico; por momentos pausado, calmo, de gran intensidad personal y reflexiva.
Es lo que sucede con
Malasangre, la primera novela suya que nos llega. Como ya viene siendo casi una obligación para los escritores jóvenes, la obra prácticamente carece de diálogos o bien estos se encuentran insertos en párrafos eternos, de longitud proustiana. Desde luego, ni estos ni otros rasgos que presenta
Malasangre constituyen tropiezos o inconvenientes, pues el volumen se lee de corrido, casi sin pausa. Estamos en la Venezuela de los años 20, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, propulsor de la revolución petrolera, quien es recordado no por el hecho de haber durado tres décadas en el poder, sino porque, bajo su mando, se implantaron y fortalecieron las dos instituciones más importantes de la nación: las fuerzas armadas y la economía rentista o especulativa. Son tiempos de guerra civil permanente, de violencia generalizada, de ilegalidad y criminalidad pandémicas, hasta el punto en que cualquier horror es posible e incluso se diría que el régimen actual de tan atribulada patria es un oasis democrático en comparación con los desbordes de Gómez.
Diana, la protagonista y quien lleva la voz cantante a lo largo de todo el relato, descubre, a los catorce años, que ha heredado la hematofagia de su progenitor, un hacendado y financista que prospera gracias a la dictadura de turno. La hematofagia es más conocida como vampirismo y quienes la padecen, efectivamente beben su propia sangre, la de los demás, la de animales o de cualquier especie viva. Obviamente, Diana no puede llevar una vida “natural” o “normal”, pues su condición la vuelve muy agresiva contra algunos hombres, en especial los matones, los patoteros, los abusadores y también la distancia de su madre, una católica ultramontana que, por si fuera poco, ve en su hija a la encarnación misma del demonio.
Como sea, el vampirismo, si bien ocupa numerosos episodios centrales de
Malasangre que Roche Rodríguez describe con extrema, quizá excesiva, fruición, debe entenderse más como una alegoría de una sociedad sujeta al poder del dinero, las armas, la abierta intervención de las empresas transnacionales o bien la pura y simple brutalidad de quienes siempre han manejado todo. El título de este volumen de Roche Rodríguez alude, por cierto, a la hematofagia o vampirismo que afecta a la heroína, aun cuando, a la postre, conforme una metáfora del salvajismo en plenitud. En este sentido,
Malasangre es, además, un texto que juega con el género del terror y, muy en especial, con las historias góticas pre y posvictorianas.
Mientras va creciendo, Diana deberá hacer frente al novio con quien intentan desposarla, a la incomprensión y crueldad de su familia —con excepción de Héctor, el padre, transmisor del mal— y, sobre todo, a la irracional, absurda, necia arbitrariedad del patriarcado castrense y católico, que en aquella época primaba sin contrapesos en Venezuela (y, claro, en el resto de Sudamérica).
No obstante, para Diana lo más nefasto será verse comprometida en las actividades delictivas y en las conspiraciones políticas de los socios de su padre, que la conducirán directamente a la antesala del palacio presidencial. Y no resulta nada de fácil convivir con la gentuza que rodeaba a Juan Vicente Gómez, todos, sin excepción, depredadores sexuales, bestias en celo, tipos para quienes las mujeres son menos que objetos.
En
Malasangre se juntan lo fantástico e histórico, la exploración del propio cuerpo y su vínculo con la contingencia, en fin, la batalla que libra una joven por defender su propia identidad y, en definitiva, el vampirismo, tanto en forma real como simbólica.