Con el tiempo queda el vacío. Me impresionó la imagen de la reconstrucción de dos cuerpos hallados últimamente en excavaciones en torno al sitio donde se ubicó la antigua ciudad romana de Pompeya. Se trataba de dos hombres que, por la edad, las vestimentas y ciertos vestigios anatómicos, podrían ser el uno el amo y el otro su esclavo. A ambos los encontró la muerte de espaldas y mantenían plegado su brazo derecho sobre el corazón. Hay muchas otras figuras análogas recuperadas desde que hacia 1860 el gran arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli inició los trabajos sistemáticos que condujeron a sacar a la luz a esa ciudad, su cultura y su gente arrasados por la explosión volcánica del año 79 d.C.
Fiorelli inventó el método para recuperar las figuras que murieron atrapadas durante la erupción, un método que se asemeja a la técnica de vaciado que se empleaba antiguamente para la elaboración de las esculturas de bronce. Observó que, tras las capas de cenizas y otras materias volcánicas, los cuerpos se habían desintegrado completamente, generando un hueco de sí mismos, una figura vacía, la cual era rellenada de yeso y después, al retirar la costra exterior de cenizas y piedras pómez, hacía aparecer un molde del cadáver inexistente desde hace siglos.
La misma técnica perfeccionada logra hoy un molde oscuro de un siniestro realismo que lo aproxima a una prodigiosa escultura y lleva a recordar las páginas que en su “Autobiografía” dedica Benvenuto Cellini a la forja de su célebre “Perseo con la cabeza de la Medusa”, la estatua que luce magnífica hasta hoy en la Piazza della Signoria de Florencia. El gran orfebre, a través de un procedimiento muy complejo y arriesgado, después de varios intentos, elaboró un modelo en cera de la estatua (el lleno) que rodeó de capas de barro agujereadas por donde dejó después escurrir la cera derretida, logrando una versión hueca (el vacío) de su obra, esa que a Fiorelli le proporcionó ya lista la furia del Vesubio. Luego, en una jornada febril, épica y tormentosa, Cellini vertió bronce candente por los orificios del cascarón de barro, avivado por un fuego que rodeaba al molde, cuyo ardor no dejó ceder a ningún costo, para que de ese modo el metal incandescente pudiera, antes de enfriarse, rellenar hasta los últimos intersticios.
La obra, encargada por Cosme de Medici, muy consciente del poder simbólico de la escultura, fue concluida a fines de 1553, el mismo año en el cual, en el remoto Chile, el conquistador Valdivia moría ejecutado después de la derrota de Tucapel. Su estatua ecuestre en bronce, con tanto lleno, monumentalidad y pesadez, ubicada en la Plaza de Armas de Santiago, busca acaso querer revertir simbólicamente el vacío de su cuerpo desmembrado y desaparecido.