De este año triste e incierto, recordaré con risa el momento cuando accedí —abril de 2020— a una reunión de trabajo virtual y me vi en la pantalla en un espacio oscuro lleno de estrellas, cual princesa Leia o viajera intergaláctica. No solo tenía un fondo estrellado, mi cuerpo refulgía de un plateado brillante. “Te ves bien rara”, me insinuó alguien por Zoom.
Con una mezcla de pánico y risa, traté de desactivar mi disfraz cibernético. Obviamente no pude. El responsable de los cambios —mi hijo de 8 años— se había esfumado.
Tampoco olvidaré el acuciante temor a perder la señal de internet durante una entrevista o reunión importante. Hubo amenazas de muerte, en mi casa, si alguien más osaba unirse al precario wifi y gritos desesperados si aparecía el fatídico aviso de “conexión inestable”.
Muchos llevamos casi diez meses de trabajo remoto. Hará falta tiempo y distancia para realizar un análisis detallado de esta experiencia. Según Bill Gates, el trabajo presencial disminuirá en un 30 por ciento. Habrá que verlo, pero se insinúa un gran cambio cultural, quizás tan relevante como el que gatillaron las guerras mundiales.
Está claro que el teletrabajo no es la solución universal. Hay labores y realidades distintas. Niños chicos gritones o adultos silenciosos. Casas solitarias o superpobladas. Hogares rústicos o ultratecnológicos. Y no solo es crucial la infraestructura, también la salud mental. “Ahora no quiero estar con mi familia, quiero salir a trabajar”, dice la agobiada protagonista de “Borgen”. Quién no ha sentido algo parecido.
No me parece correcto, tampoco, evaluar los resultados del teletrabajo solo en base a este período, con tantas mujeres con triple jornada (trabajo-casa-educación de los hijos). Pero la crisis ha mostrado las posibilidades del teletrabajo y es una lástima que se necesitara una pandemia para probarlo.
Hemos visto que nuestras vidas pueden ganar mucho evitando horas de desplazamiento o trabajando en casa en un momento complejo. A veces las jornadas se alargan y se confunden los planos, pero hay etapas en que uno prefiere eso, antes que partir a la oficina dejando a un adulto mayor enfermo o a un adolescente afligido.
Otro efecto que veo con esperanza es una mayor comprensión de que trabajo y hogar no son esferas desconectadas o innombrables. Ojalá se escuchen menos comentarios del tipo “mejor pedir permiso alegando un happy hour que contar que tu hijo necesita ayuda en una prueba”.
Espero, además, que se atenúe la exigencia de “calentar el asiento” y primen los resultados. Hay personas flojas y ‘sacadoras de vuelta' con o sin teletrabajo. Hay jornadas eficientes en la casa o en la oficina. La interacción presencial genera ideas brillantes y afianza los equipos, pero las horas también se pueden ir en cafecitos, cahuines o navegaciones inútiles por internet.
Sí, el teletrabajo y la flexibilidad laboral implican dificultades y exigencias, pero pueden mejorar la vida de muchos. Y además permitir fugaces viajes intergalácticos.