Creíamos que, después de la contundente participación en el plebiscito y el abrumador apoyo del Apruebo, la fabricación de una Nueva Constitución entraba en tierra derecha. Aquí no se dio lo de Estados Unidos. Todo el arco político y social aceptó sin vacilar los resultados y la legitimidad del camino que se abre. Una inmensa mayoría de la población espera cambios positivos, como lo muestra una reciente encuesta Ipsos-Espacio Público. Algo que debiera presionar al Congreso a resolver rápidamente los aspectos aún pendientes, como los escaños reservados a pueblos originarios y las barreras a los independientes.
La encuesta en cuestión dio luces del tipo de figuras que la ciudadanía quiere ver en la Convención. Desea entendidos en las materias que se van a debatir, ojalá constitucionalistas o profesionales destacados, no importa si son de izquierda, centro o derecha. Prefiere dirigentes sociales y personas cercanas, de sus distritos. Quiere ver a representantes de los pueblos originarios. Acepta a personas con trayectoria pública, pero rechaza un cuerpo formado por la élite política y empresarial, y aún menos por celebridades del deporte o el espectáculo. Aspira, en suma, a una instancia formada por una mezcla de expertos y personas próximas a su propia experiencia de vida, dispuestas a dejar a un lado las polarizaciones ideológicas del pasado y entablar una deliberación abierta para componer un texto constitucional que responda a sus anhelos de una vida mejor y sobre la cual puedan ejercer mayor control.
Prueba de que el proceso entraba en tierra derecha fue que los aspectos formales empezaron a dejar paso a una discusión sobre contenidos. Las universidades entraron al ruedo, instando a sus académicos a participar. Constitucionalistas, centros de pensamiento y grupos de la sociedad civil comenzaron a levantar propuestas y animar el debate, lo cual ha venido encontrando cada vez más espacio en los medios de comunicación.
Este panorama fue súbitamente conmocionado por el proyecto de la diputada Camila Vallejo que pretende revertir el delicado equilibrio de concesiones recíprocas en el que se sostiene el proceso constituyente, ratificado en el pasado plebiscito. Fue un misil dirigido a su línea de flotación. ¿Conseguirá hundirlo? No parece: de hecho, los actores políticos han resistido su interpelación y reafirmado sus compromisos. Eso sí, puso en jaque la aspiración a contar con una lista única a la Convención de las fuerzas de oposición, que es el sueño de los expertos electorales. Ya era complicado, pues los cupos son escasos, hay una inevitable búsqueda de diferenciación de cara a las restantes elecciones de 2021, y las diferencias en materia de los contenidos son significativas. Pero lo que era difícil, Camila lo volvió simplemente imposible.
Del centro hacia la izquierda tendremos entonces al menos dos listas. Esto tendrá un efecto dominó sobre el resto del arco político, que también se fragmentará. Hay que sumar las de los independientes y pueblos originarios. La papeleta ofrecerá entonces una amplia variedad de opciones. Para la vitalidad del proceso es una buena noticia. Permitirá una mejor representación de la pluralidad de identidades, causas e intereses presentes en el Chile de hoy, que no están contenidos en la simplista dicotomía gobierno-oposición o izquierda-derecha. Y promoverá en la Convención una deliberación genuina, no una mera réplica de las fisuras y maniqueísmos del pasado.
El exocet de Camila estuvo destinado a puntualizar que los comunistas no están dispuestos a soportar la arquitectura de acomodos y contrapesos (y su inevitable surco de derrotas) en que se basa toda democracia. Quizás sea un error, pero fue sano y oportuno que lo recordaran.