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Cartas
Martes 24 de noviembre de 2020
Mientras tanto
Señor Director:
Quisiera compartir una observación muy personal a propósito del debate entre cristianismo y cristiandad, fe y ley, religión y política.
Sostener que se pueda ser legislador (blandir la espada) sin proclamar la fe (empuñar la cruz) tiene algo de oportunismo, de medias tintas condenadas en Apocalipsis 3:16 (“a los tibios los vomito…”).
Pero, por otra parte, sostener que se proclamará la cruz incluso por medio de la espada ha sido tal vez el gran error de la cristiandad, tendencia predominante que ha sido denunciada por algunas denominaciones protestantes y paraprotestantes, y especialmente por el liberalismo clásico. No está de más recordar que la tercera y cúlmine tentación de Satanás a Jesús en el desierto fue la de los dominios del mundo, a condición de que lo adorase (Mateo 4:8-11).
¿Significa eso que el mundo exterior deba ser abandonado y que los fieles tengan que recluirse en sus comunidades como en catacumbas? No. Significa que la fe en el triunfo final del mensaje del cristianismo se realiza casi exclusivamente mediante la predicación de las buenas noticias, que ocurre al menos mediante los buenos ejemplos y persuadiendo a los prójimos uno a uno, no para que lleguen a confirmar una mayoría que se pueda expresar aplastantemente en la legislación, como hegemonía, sino para que continúen ejercitándose en la transmisión del mensaje, hasta que Dios decida qué hacer con el mundo.
Lo demás parecen ser atajos, que como todos los atajos conducen a lugares distintos de los previstos.
Joaquín Trujillo Silva