Claudio Magris (Trieste, 1939) es amplia y reconocidamente estimado como una de las figuras fundamentales de la actual literatura italiana, sin el cual poco entenderíamos acerca de la diversidad y la elegancia de un sector del mundo imaginativo itálico. Autor de una veintena de obras, la mayoría de las cuales ha sido traducida al español —
Microcosmos,
A ciegas,
No ha lugar a proceder, e incluso
La literatura es mi venganza, libro coescrito con Mario Vargas Llosa—, Magris, aparte de componer relatos, es germanista, ensayista, colaborador de las más prestigiosas revistas europeas y ha recibido tantos premios que su enumeración requeriría páginas y páginas, en especial los galardones otorgados en España, que superan a los que se le han entregado en su propia nación.
Instantáneas, su último título traducido al español, de manera excelente —algo muy raro hoy por hoy—, nos hace, una vez más, repetir el cliché tantas veces cacareado, tantas veces manoseado, pero que se aplica de modo singularísimo a Magris: es un creador inclasificable y ha diseñado una producción inclasificable. El escueto ejemplar se compone de lo que exactamente su título indica: 45 instantáneas.
Incluso en el epígrafe se define a ese tipo de fotografía “obtenida con una exposición de una fracción de segundos”, según el
Diccionario del español actual de Manuel Seco y otros. Vale decir, lo que Magris nos entrega, más que un instante, es el infinitesimal momento de ese instante que por un motivo u otro quedó grabado para siempre en su retina.
Resulta genuinamente increíble la enorme variedad temática que encontramos en estas
Instantáneas. Desde la comida y la bebida, los viajes, cómodos e incómodos, la observación de niños y niñas jugando en la playa, la filmación de una comunidad inuit, los extremos del absurdo a que se llegan en el cobro de impuestos, los paradójicos efectos de la censura estalinista, el estado actual de la prensa y el periodismo en Europa y desde luego en Estados Unidos, hasta tópicos que, por cierto, son más atractivos para el lector y seguramente para el propio Magris, y que se refieren a los medios literarios, artísticos, pictóricos y todo aquello a lo que se llamó “alta cultura”.
“Trecemilochocientassetentaynuevenoches” describe las peripecias de un banquero alemán casado con la viuda de Willy Brandt, quien “no ha entendido el amor a tiempo” y carece de toda sensibilidad para la vida compartida. “En la galería de Castelli”, los expositores protestan en contra de la censura ejercida por las autoridades hacia todo lo que podría pasar por innovador, audaz, provocativo y todos los etcéteras posibles. En consecuencia, cubren sus lienzos con telas negras, como forma de protesta; una joven asistente comienza a mirar los cuadros uno por uno y, evidentemente, piensa que son el último grito en el futuro de la plástica, por lo que se sienta frente a cada marco, saca su bloc de notas y se pone a tomar apuntes. “Las horas sagradas”, en cambio, no tiene nada de divertido: el 1 de septiembre de 1939 la radio dio la noticia del estallido de la Segunda Guerra Mundial, y la esposa y una hija del genial Thomas Mann deciden callar sin informarle, para no perturbar las “horas sagradas” en las que él se dedicaba a su creación literaria. Y Magris primero afirma y luego reconfirma: “Mann es un gran escritor al que debemos mucho, pero en ese momento (…) es ridículo y obtusamente inhumano si permanece en su estudio tranquilo, pensativo y absorto, concentrado en el trabajo novelesco”.
Otras piezas de
Instantáneas se refieren a la relación entre comida y revolución; a los editores que imponen finales felices a aquellos a quienes publican; a la emperatriz Sissi, recluida en Corfú y escribiendo poemas que le dictaba Heine desde ultratumba mediante un médium; a una modelo rusa que, en un arranque de malas pulgas, acuchilla a un perro en las puertas de una estación de metro en Moscú; al jurista que, al promediar su muy versado discurso se queda profundamente dormido, en fin, la maldición de las redes digitales, sobre todo Facebook, los congresos librescos que son un pretexto para tener sexo con el primero o la primera que aparezca y, como lo dijimos al comienzo, una cantidad verdaderamente abismante de asuntos que, además, revelan una erudición apabullante, si bien discreta y accesible.
Así,
Instantáneas se revela como un texto fascinante, fragmentario, extravagante, rebosante de gracia y melancolía.