Chile completó sus primeros cuatro partidos en la clasificatoria rumbo a Qatar y volverá a la cancha el 25 de marzo para recibir a Paraguay. El camino es largo y volveremos muchas veces con la selección.
Pero no tendremos más oportunidades para volver con una figura insigne del fútbol chileno. Carlos Campos, el “Tanque”, el goleador estrella de la U y de los campeonatos chilenos, seleccionado nacional, deportista cabal y hombre de bien, ha dejado de acompañarnos en este mundo a los 83 años.
En los días de confusión y extravío que vivimos, su figura, su vida y su ejemplo brillan con una luz especial.
Porque fue un gran deportista. Nunca una queja ni una protesta. Recibió sin reclamar ni devolver el golpe. Se estrelló una y cien veces contra los defensores que lo cercaban en el área para intentar impedirle el cabezazo. Se revolcó, chocó contra los maderos, resultó lesionado tantas veces. ¿Y? Pues levantarse, sobarse en silencio ¡y seguir!
En las últimas semanas se ha reflexionado en esta columna sobre los cambios en el concepto de “buen deportista”, al que se reconocía por sus virtudes y hoy solo por sus resultados. Carlos Campos lucía en los dos terrenos. Era un ganador y una buena persona.
Surgió del semillero que sería la base del legendario Ballet Azul, junto con Sergio Navarro, Leonel Sánchez y otros ilustres defensores de la U. Fue discutido en sus comienzos porque se lo estimaba lento (lo que se atribuía a su estatura: 1,82 metros) y porque no estaba especialmente dotado en técnica. Se apreciaba su cabezazo y su enorme voluntad para ir a todas las pelotas que llegaban al área. Él mismo reconocería sus limitaciones más adelante: “Me creía técnico”.
Era “half de apoyo” en sus comienzos y desde juvenil se transformó en centrodelantero. Fue decisivo el apoyo que recibía de Luis Álamos, que a pesar de los detractores del joven goleador lo mantuvo siempre en las alineaciones titulares. Y el “Zorro” Álamos, como en tantos otros temas, no se equivocaba. Y el “Tanque” llegó a ser scorer de varios campeonatos, empezando por el de 1961 (aunque muchos siguieron criticándolo).
No hizo caso de los detractores y, en cambio, siguió mejorando y llegó a ser importante pieza táctica al desarrollar una muy buena apertura de juego hacia su derecha para el veloz alero que era Pedro Araya. Y nunca dejó de ser el notable cabeceador de sus comienzos, haciendo clásica la jugada que aparecía en todos los relatos: “Centro de Leonel y cabezazo de Campos”.
Su capacidad para aceptar el sacrificio también fue única y podía cargar y cargar sobre el área los 90 minutos sin pausa, “con esa tenacidad tan suya, tan desprovista de egolatría”, como escribiera Antonino Vera, un periodista maestro en encontrar las fibras sicológicas de sus entrevistados. Es el periodista a quien le confió, ya retirado, lo que le dijeron un día de octubre de 1969: “No venga más, porque quiero darle velocidad al equipo”.
Sufrió el “Tanque”, seguro que sufrió. Pero no guardó ningún rencor y sencillamente abandonó el fútbol. Y siguió amando a su club. Por siempre. Su último cumpleaños lo celebró con el plantel.
Un hombre bueno.