Joanna Goodman (Montreal, 1969) es la nueva sensación de la novela negra canadiense, mejor dicho, norteamericana, porque las cinco novelas que ha publicado han sido éxitos de venta y de gran parte de la crítica, tanto en su país, como en Estados Unidos. Goodman es multifacética, ya que no solo escribe, sino que practica el diseño, la decoración de interiores, la fabricación de cerámicas, la orfebrería, entre varios otros oficios, y es dueña de la línea de ropa blanca “Au Lit Fine Linens”.
El internado suizo es el primer libro suyo que nos llega y a juzgar por las reseñas que se refieren al resto de su producción, es parecido a los demás y descansa en similares premisas: guiñoles tipo años 50 a todo dar, con tramas tórridas, lacrimosas, lloronas, compungidas; personajes con pasados sumamente enigmáticos; secretos guardados en el fondo de baúles perdidos por años de años; sorpresas que se vienen venir; en suma, un recetario infalible para entretenerse, pasar un buen rato e incluso, a veces, asustarse.
El internado suizo posee todos estos ingredientes, a los que debemos agregar el trasfondo densamente literario al que haremos referencia más adelante. Además Goodman no teme en absoluto al lugar común que, en el presente volumen, abunda hasta un nivel casi exasperante: el primer amor nunca se olvida, ser madre es una experiencia sublime, vivimos en una época convulsa, es preferible creer en algo que ser ateo, nunca es tarde para aprender, etcétera.
Con todo, ellos no perjudican la línea argumental de
El internado suizo y Goodman es tan astuta e inteligente que uno termina pasándolos por alto. La obra transcurre en el presente, vale decir, años 2015 a 2016, y, a finales de la década de los 90. Cressida Strauss, bellísima, enigmática y talentosísima joven, se precipita desde un ventanal del tercer piso del Lycée Internationale Suisse, una exclusiva institución para niños ricos y, las consecuencias del “accidente” —mucho después sabremos que no fue tal— resultan en extremo calamitosas, tanto para el ente educacional, un bastión de la riqueza, el poder y el glamour europeos, como para las familias y la comunidad. Con tal de evitar la mala prensa se convence a la policía para que califique la caída de Cressida de casualidad y el caso se archiva de inmediato.
Sin embargo, quedan demasiadas dudas pendientes: ¿fue un intento de suicidio?, ¿alguien empujó a Cressida?, ¿hubo un crimen detrás de la tragedia? Kersti Kuusk, la mejor amiga de Cressida, deja de verla por años y se transforma en una novelista de vasto triunfo, lo que parecería convertirla en el alter ego de Goodman: la diferencia es que Kersti no escribe thrillers sino romances de ilimitada cursilería lo que, como de alguna manera ya lo insinuamos, se expresa con plenitud en
El internado suizo: pocas veces en fechas recientes se ha publicado algo tan deliberadamente cursi, tan relamido, tan inelegante, de todo lo cual Goodman es evidentemente consciente. Esto se redime no obstante, con la densidad libresca a la que recién aludimos. Aparte de ser, en sí misma, autora de ficciones, Kersti es la alumna más aventajada de los cursos de creación prosística que se imparten en las aulas y después seguirá en niveles avanzados. Tenemos, entonces, agudos, perspicaces, picantes diálogos y párrafos en torno a D.H. Lawrence, Scott Fitzgerald, Anne Sexton, Sylvia Plath, James Joyce y muchos y muchas más.
De este modo,
El internado suizo recupera la sana práctica de hacer literatura dentro de la literatura en ficciones, digamos, menores, sin ambiciones mayúsculas. Y es lo que rescata y otorga un grado de valor a una historia realmente inverosímil, a ratos absurda, muy tirada de las mechas. Con excepción de Kersti, la protagonista, quien es creíble, posee ancestros exóticos y muestra ásperas contradicciones, los otros personajes de
El internado suizo son meros nombres o se limitan a cumplir funciones: Jay, fiel y abnegado marido; Magnus, un macho alfa; el señor Fithern, un depredador sexual de inconcebible depravación; las irresistibles Alison, Jutta, Deirdre cuando joven, y suma y sigue. Además, todos y todas lucen ropa y accesorios de marca y, en este sentido,
El internado suizo es un verdadero catálogo de los símbolos del prestigio actual.
Aun así, tenemos un elemento más significativo en este texto: “siempre ha visto al mundo desde la perspectiva de una escritora, como si todo fuera una historia que transcurre delante de sus ojos”, reflexiona Kersti al inicio del tomo. Entonces, sin temor al melodrama, Goodman logra un atrayente título.