La suspensión a último minuto de la salida a la bolsa del gigante chino AntGroup ha sido eclipsada por la elección en Estados Unidos y, en nuestro país, por el insuperable debate doméstico. Pero lo sucedido la semana pasada es tremendamente esclarecedor sobre el naciente choque de dos titanes. Como en el boxeo, las grandes plataformas y los gobiernos se están estudiando, y estamos siendo testigos de los primeros ganchos.
Dos días antes de inaugurarse como la institución financiera más valiosa del mundo, el gobierno de China decidió suspender sorpresiva e indefinidamente su apertura en bolsa, argumentando diferencias relevantes respecto del marco regulatorio que regiría a la empresa de medios de pago virtuales, préstamos y administración de ahorros a través de aplicaciones móviles. A punto de lucirse no solo como una potencia tecnológica, sino también como centro financiero mundial, China decidió echarle insecticida a Ant y enviar un potente mensaje a Jack Ma, su icónico fundador, y a muchos otros: nadie está por sobre el partido y el Estado.
El excesivo poder de las plataformas tecnológicas —tanto en manejo de finanzas como en el manejo de datos y uso de información de las personas— no pasa desapercibido, y será disputado fieramente por los gobiernos. Por ello, aunque la reacción en China es particularmente ruda, la preocupación abarca a muchos países y gobiernos. Y aunque los métodos sean diferentes, los objetivos no necesariamente lo son. Cuando Facebook anunció la creación de Libra, una moneda virtual, hace poco más de un año, la reacción del Presidente Trump no se dejó esperar: no hay espacio para competirle al dólar.
Es posible que haya una coexistencia razonable entre el Estado y la tecnología, pero no será fácil. El acceso a información otorga un poder inmenso, como grafica descarnadamente la serie de Netflix “El dilema de las redes sociales”. La tecnología puede ser una gran fuerza democratizadora, y con ello rupturista del orden social como lo hemos conocido, o puede ser el medio para interferir de lleno en la vida de las personas. En esta disputa, los gobiernos no se quedarán de brazos cruzados; buscarán limitar su alcance y poder, o entrarán en colusión con las grandes tecnológicas.
Hace cuatro años, el artículo principal de la revista Economist destacaba el tremendo éxito de Amazon, buscando explicar su gigantesca valoración bursátil. De acuerdo al semanario, el valor accionario de la empresa reflejaba perspectivas de crecimiento en ventas que, siendo plausibles, contenían la semilla de su propio antídoto. De crecer de esa manera, el regulador se dejaría caer con fuerza sobre ella porque, simplemente, ese nivel de poder económico y político es inaceptable. Lo sucedido con Ant da cuenta de que esa amenaza se comienza a materializar. Vendrán más.