Cada detalle de este señor nos dice algo de Dios: “llamó a sus siervos y los dejó a cargo de sus bienes” (Mateo 25,14). Se trata de un acto de gran confianza —un gesto paterno—, porque les confía sus bienes metálicos (el talento eran 42 kg de plata, equivalentes a 6.000 denarios en monedas), gran parte de su herencia.
Luego, nos dice el evangelista, que “se marchó… (y) al cabo de mucho tiempo viene” (Mateo 25,15;19). Podemos imaginar que los tres gozan muchos años de completa libertad para administrar esos talentos como suyos, porque no recibían indicaciones, visitas o requerimientos periódicos del amo.
La relación del Señor con sus siervos tiene también una particularidad: los conoce bien, porque da “a cada cual según su capacidad” (Mateo 25,15). No los sobrecarga y tampoco subestima. No les impone una meta o un resultado, pero sí saben que es exigente (Cfr. Mateo 25,24).
Cuando él vuelve, a ninguno le toma por sorpresa que deba dar cuenta de su gestión. En este largo tiempo, los tres han tomado decisiones libres pensando precisamente en ese momento, es más, la certeza de este reencuentro ha dado diariamente sentido a sus vidas, a su trabajo y al esfuerzo de querer responder.
Y aquí viene la diferencia. Dos de los tres, cuando reciben los talentos respectivos, fueron “enseguida a negociar con ellos” (Mateo 25,16), duplicando lo que habían recibido. Jesús confirma al final en su parábola que “al que tiene se le dará y le sobrará” (Mateo 25,29).
Si le preguntáramos a uno de los dos ¿qué es negociar?, nos diría: correr riesgos y sentir a la vez como propias las cosas de su señor. Es atreverse, existiendo incluso la posibilidad de perder. Es tener imaginación e iniciativa.
Nos damos cuenta de que este relato nos sirve de ejemplo para nuestra vida cristiana. Tenemos a un Dios —nuestro Padre— que se fía de sus hijos y les da abundante gracia y talentos. Nos conoce bien y, a diferencia de nuestros padres biológicos, nunca caerá en el error de pedirnos imposibles. Esta certeza sostiene nuestra libertad y anima nuestra generosidad.
¿Tú y yo como negociamos? ¿Tengo iniciativa en mi vida cristiana o me siento como un mandado? ¿Qué decisiones de más amor a la Virgen tomé yo para vivir este mes de María? ¿Cómo enfrenté durante estos meses de confinamiento mi vida cristiana? ¿Corrí riesgos por el Señor, como los corrí cuando iba al supermercado, o cuando sacaba la mascota de paseo? ¿Quiero aprovechar este tiempo para compensar a Jesús todo lo que ha hecho por mí? ¿Quiero sorprender a Jesús con mi generosidad en este negocio de mi santidad? “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25,21).
Lo que más me duele de la respuesta del siervo que entierra su talento —y que explica su conducta— es su idea o concepción de su señor. Lo considera un hombre injusto y abusivo: “Sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces” (Mateo 25,24). Esta calumnia explica su reacción: “Tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra” (Mateo 25,25).
En la vida cristiana, ¿qué significa esconder el talento? Para algunos pocos bautizados será limitarse a cumplir por miedo a un castigo. Para otros, la “religión” es un elemento cultural heredado, que “me ayuda” pero con el cual no estoy identificado. Dios y sus cosas son ajenas, externas a mi vida: “Aquí tienes lo tuyo” (Mateo 25,25). Muy parecido al hermano del hijo pródigo, a quien su padre debe recordarle: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Lucas 15,31).
“¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo y saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda…” (San Josemaría, Amigos de Dios, nº47).
“Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”.
(Mt., 25, 23-25)