En todos los equipos del mundo se viven ciclos, como las personas, como los países, como la naturaleza. Todo lo que vive tiene momentos, etapas. Unas de alza, otras de baja. Nadie queda fijo en una posición. Ni para bien ni para mal.
Hay momentos que se extienden lo suficiente en el tiempo y nos llevan a pensar que se alcanzó una etapa permanente, de la que nunca descenderemos (“de aquí no me baja nadie”) o de la que jamás emergeremos (“siempre se puede estar peor”).
Los años 60 fueron de las universidades. El fútbol argentino tuvo su momento peor a fines de los 50 y remontaría más tarde para llegar a los títulos mundiales.
La “generación dorada” de nuestro fútbol nos llevó a pensar que habíamos alcanzado un nivel que seguramente mantendríamos de ahí en adelante. Confieso que llegué a pensarlo, es decir, que el efecto de ese grupo se trasmitiría a los que vinieran detrás. Primero la confianza en que podemos ganar cosas importantes, la seguridad necesaria para intentar siempre lo máximo. En este aspecto sí se ganó en forma definitiva. Nuestros equipos seleccionados entran hoy a la cancha con seguridad y confianza en que pueden ganar.
Pero eso, por sí solo, no nos garantiza los mismos resultados de los “dorados”. La disposición es muy importante, pero no lo es todo.
De aquella generación nos quedan luces, destellos. Por eso Reinaldo Rueda atina al reconvocar a Jean Beausejour, que aporta tanto en la cancha como en el vestuario. Aglutinador, respetado, se fue del seleccionado y solo aceptó regresar ante la insistencia del entrenador, que ve en él a un recordatorio de la gran época de un grupo impresionante. No es el lateral de antes, obviamente, pero puede ayudar a la sabia organización del equipo desde la primera salida y desde la última muralla.
No es fácil el desafío que ha decidido enfrentar el técnico colombiano.
Es muy difícil. La expectativa popular es enorme. La gente espera ver en acción a la “selección bicampeona de América” y cualquier resultado distinto al triunfo será una desilusión. Pero ¿está obligado este plantel a responder a ese deseo popular? Es una pregunta que queda planteada, aunque bien sabemos, sin ser abogados, que nadie está obligado a lo imposible.
Nos dicen, sin embargo, que el viernes debemos ganar “a como dé lugar”, olvidando a las profundidades que en el pasado nos llevó esa desmesura.
Sin Paolo Guerrero, ahora Perú asusta con Gianluca Lapadula, su nuevo goleador estrella. Y junto a él, un grupo que Ricardo Gareca arma con sabiduría y equilibrio. Es, de todos modos, un partido clásico que en Chile se estima que en Ñuñoa se debe ganar obligadamente, con o sin público, con o sin Gary Medel y Charles Aránguiz, con o sin jugadores del puntero y bicampeón, aunque esto último es cosa de Rueda y de nadie más… (¿O será de alguien más?).
Y ahí estamos, con un punto de seis y desempolvando la calculadora.