Vamos por partes. El esposo es Cristo, y las vírgenes representan en un principio a Israel, como lo hace el Antiguo Testamento, pero también a la Iglesia y en definitiva, a toda la humanidad que espera y necesita la venida del Señor. Se refiere tanto a la venida de Cristo hace dos mil años a Palestina, como a la que llamamos “la segunda venida”, al final de los tiempos. Pero sobre todo se refiere a la venida constante del Señor a nuestras vidas.
El aceite del que habla la parábola son el Espíritu Santo y el Evangelio, que dan luz a nuestra vida. Nosotros podemos optar por ser sabios o necios para acogerlo. Pero acogerlo no significa decir que sí solo al inicio de este camino, sino volcar toda nuestra vida a esta opción.
En esto se juega la vida. La Palabra del Señor es una forma de comprender la vida y la realidad, y también una forma concreta de vivir en la búsqueda de la plenitud a través del servicio a los demás. Es una propuesta de mundo nuevo, ya instaurado con Cristo, a la cual adherimos como hombres y mujeres nuevos, de acuerdo a la sabiduría del Evangelio y no a la necedad del mundo. Son la Palabra de Dios y la acción del Espíritu que lo van transformando todo en nosotros. Pueden haber devociones y novenas, pero lo que nos hace cristianos es una fe que se sostiene en el aceite contundente de la Palabra de Dios.
Nos desconciertan las vírgenes prudentes que no quieren compartir el aceite con sus compañeras. Seguir a Cristo consiste en cambiar la vida entera. Para muchos la fe se trata de un inicio con el bautismo y un pensamiento antes de morir. Pero más que el buen morir, el verdadero desafío consiste en vivir en la plenitud que nos propone el Señor. Una vida malgastada no se puede reconstruir en el último momento y nadie puede prestar una parte de la propia vida a quien ha malgastado la suya. Tenemos que sacar de nuestra cabeza que se trata de estar atentos ante la posibilidad de la muerte, pues no se trata de tener un poco de aceite en el momento final. Lo que se nos propone y ofrece no es una forma de enfrentar la muerte, sino una forma de enfrentar la vida. Por eso estas vírgenes no pueden compartir el aceite: el camino de la vida hacia la plenitud lo debe recorrer cada uno. Y este se recorre no de forma aislada, sino con otros. Que quede claro: nadie recorre este camino por ti.
Vivimos un tiempo que requiere importantes cambios en nuestra sociedad y en nuestra convivencia. No nos equivoquemos: no se trata de que otros cambien. Si no cambio yo, todo seguirá igual. Los cristianos tenemos el Evangelio como ese aceite que llena de luz la realidad y la vida. La verdadera sabiduría consiste en acogerlo, vivirlo y anunciarlo. Que los cristianos seamos estas lámparas encendidas para el pobre en búsqueda de ayuda; para el marginado y el extranjero que invocan amor y justicia; para la mujer que pide respeto, para quien es víctima de violencia y anhela la paz, o para quien se ha equivocado y tiene necesidad de comprensión y de perdón. Que aportemos en esta transformación de la sociedad viviendo la propuesta que Cristo nos hace.
María es el ejemplo de esas vírgenes prudentes, que vivió preparada para acoger al autor mismo de la vida. Supo vivir atenta, y en ella el Evangelio se encarna a la perfección. Para muchos se convierte en luz, por eso la celebramos durante este precioso mes dedicado a ella y que hoy iniciamos.
“Más tarde llegaron también las otras vírgenes diciendo: ‘Señor, señor, ábrenos'. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco'. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”.
(Mt. 25, 11-13)