“No habrá tercera temporada de “Mindhunter”: fans de David Fincher indignados”. El titular explotó en mi timeline como un colorido fuego artificial —provocando respuestas, argumentos y reclamos varios—, y luego se extinguió de la misma forma, como un comentario cualquiera, precipitado en medio de un océano de opiniones perecibles.
Pero me dejó la duda.
La serie producida por Fincher y Netflix lleva un buen tiempo liquidada (era demasiado cara para un producto de nicho) y desde hace un año y medio el director está concentrado a tiempo completo en “Mank”, la película que a principios de diciembre marcará su retorno al cine, después de seis años. Es muy probable que la borrasca en redes se produjera por algún comentario deslizado por el propio Fincher durante la promoción de su cinta, y por lo mismo la duda: ¿cómo es que una serie cancelada es capaz de eclipsar a un nuevo filme del director de “Zodiac” y “La red social”; algo que, a todas luces, es un acontecimiento visual de nivel mundial?
Bueno, porque quizás ese “acontecimiento” ya no es tal. Porque en la última década los espectadores dejaron de sentirse atraídos por la idea de narrativas cerradas y autoconclusivas. O, simplemente, porque los servicios de streaming necesitan que cada usuario pase el mayor tiempo posible frente a su pantalla, y una cinta de dos horas no es el mejor producto para conseguirlo. Las conjeturas y los factores en juego son múltiples, pero el efecto es uno: la audiencia consume más contenido que nunca, pero no necesariamente se trata de películas.
No es la primera vez que el filme —como formato, estructura y disciplina artística— atraviesa una crisis. En 125 años de imagen móvil, los sacudones han sido numerosos (la llegada del sonido, del color, de la TV, etc.), pero entre la furiosa digitalización, el auge de los superhéroes y la pandemia, el séptimo arte ha resultado lo bastante zarandeado como para rogar por que suene la campana y ganar algo de tiempo antes del siguiente round. El problema es que en esta ocasión hay demasiados frentes abiertos: la producción cinematográfica está prácticamente paralizada y las salas cerradas; superproducciones como “Tenet”, la nueva película de Christopher Nolan, no están recuperando sus costos (lo que ha empujado a la mayoría de los grandes estrenos a 2021, en espera de que bajen los contagios); los soportes físicos (DVD y bluray) van en caída libre y, aunque el streaming continúa funcionando a todo vapor, lentamente ha ido agotando su reserva de nuevas producciones sin tener otras que las reemplacen, a causa del covid-19. En principio, eso sería una buena noticia para las películas, sobre todo para las antiguas, pero ¿cuántos clásicos hay dando vueltas en las parrillas de Netflix, Amazon Prime, Apple y Disney+? Cuesta mucho encontrar en esos servicios material previo a 1980 y, como es probable que la tendencia no cambie, hay que irse preparando para familiarizarse con una Historia del Cine que se extiende solo por cuarenta años, dejando a los otros 80 y todo lo que esas décadas conllevan —los directores, las estrellas, las obras maestras— flotando en el limbo.
Y eso no es todo. Si para el público joven y adulto las películas resultan un bocado muy pequeño —algo que se devora muy rápido y no alcanza a saciar un apetito ávido por más y más contenidos (algo que sí consiguen las series)—, para los niños y adolescentes el cine se ha vuelto un plato demasiado grande, árido y soso; algo que se consume en paralelo con otras pantallas prendidas al mismo tiempo y que francamente no puede competir con las narrativas fragmentadas, compulsivas y fácilmente autogestionables que la nueva generación visualiza y produce en YouTube, Snapchat, Instagram, TikTok y otras
apps.
Ubicada en un incómodo punto medio, para la industria no es cosa de llegar y adaptarse de golpe. Intentarlo, de hecho, puede dejarte en ridículo.
Dicho todo lo anterior, ¿hay algún momento en que, por fin, consiga asomarse el sol? Al respecto, la mejor respuesta es aún la que Paul Schrader —el legendario guionista y director— formuló en la revista Film Comment, allá por 2007: en comparación con el resto de las artes, el audiovisual aún está en su infancia; quién sabe si lo que hoy entendemos y valoramos como cine continuará produciéndose en las próximas décadas. El verdadero descubrimiento aquí es la relación íntima y casi simbiótica que hemos llegado a desarrollar con las imágenes, todas las imágenes. Las que se producen para grandes pantallas, las que guardamos o borramos en nuestros celulares, las que nos invaden sin cesar. Todas ellas se han vuelto expresión, refugio y reflejo de nosotros mismos.