El espectáculo dado en Estados Unidos ha sido lamentable. No solo por poner en evidencia la complejidad del sistema electoral —donde cada estado fija tanto sus normas como también sus tiempos de conteo de votos—, sino especialmente por la vergonzosa actuación de Donald Trump.
Un presidente que termina como empezó…
Termino de escribir esta columna el viernes a las 19 horas, y no solo no hay un ápice de reconocer la derrota, sino que además Trump sigue tratando de emporcar la elección. Como si no se diferenciara la realidad de un reality, un país de un juego de mesa, una sociedad de una empresa.
Donald Trump mintió públicamente en la madrugada del miércoles cuando proclamó su victoria e intentó que los jueces le tiraran un salvavidas en medio de una elección en la que naufragaba. Después vendrían las diatribas. Una tras otra. Hora tras hora. Twitter tras twitter.
El daño ya está hecho. La polarización de Estados Unidos se ha agudizado y la democracia ha quedado en entredicho, en el país emblema de esos valores. Algunos dicen que Trump es fruto de su tiempo. Que si no hubiera sido él, habría sido alguien parecido a él. Son aquellos que creen que la historia se mueve con un orden, como decía Hegel y tantos otros. Le tocó a Trump enarbolar el sentimiento propio de Estados Unidos profundo, de derecha de verdad, pero si no hubiera sido él, hubiera sido otro. Pero la pregunta es si ese otro habría tenido una actuación tan objetable.
“Votar por Donald Trump es votar por un Estados Unidos en declive y poner en peligro su democracia” fue el editorial del diario The Washington Post dirigido a los ciudadanos del país que aún estaban indecisos a una semana de las elecciones. Y cuánta razón tenía.
Es probable que la institucionalidad se termine imponiendo. Es difícil pensar que el Tribunal Supremo, por mucho que se haya politizado, respalde a Trump. Desde luego, el brazo mediático, Fox News, ya lo abandonó. Pero es posible que quiera estirar esto hasta las últimas consecuencias, para darle un final de opereta, sin reconocer nunca la derrota.
Joe Biden heredará un país terriblemente dividido, tras unas elecciones que muchos considerarán ilegítimas y un país —nos suena conocido— cada vez más difícil de gobernar. Los demócratas han vuelto a mostrar su fortaleza entre las minorías raciales, mientras que los republicanos lo hacen entre la mayoría blanca. En las grandes ciudades ganó Biden dos contra uno, mientras que en las zonas rurales se impuso Trump. Los republicanos dominaron entre los más religiosos, y los demócratas, entre los más jóvenes. Pero lo más importante es que el río que separa a unos y otros se ha enanchado fuertemente.
Así, la pregunta que surge es cómo queda Estados Unidos después de esta borrachera, y en especial cómo afecta al mundo el espectáculo dado.
Todo parece indicar que nos hemos librado de Trump, pero el “trumpismo” —sin duda— sobrevivirá. Más aún cuando los resultados están lejos de ser el triunfo inapelable que esperaban los demócratas. Así, la oferta populista de Trump se mantendrá como una referencia para la extrema derecha en todo el mundo, incluido Chile.
Lo que es peor es que las faltas de convicciones democráticas expresadas por muchos en Estados Unidos les quitarán argumento a tantos ejercicios democráticos corruptos como los que hemos visto en tantos países y especialmente en Latinoamérica. ¿Qué diremos de Maduro cuando el 6 de diciembre se proclame ganador en su elección? ¿Qué credenciales le podrá ir a pedir Estados Unidos sobre la claridad de sus resultados?
La administración Trump cerrará con un enorme déficit fiscal en su economía. Tarde o temprano se tendrá que poner orden también en la economía y eso limitará el margen de maniobra de la administración Biden. Pero el daño mayor no está al interior de Estados Unidos. Está en la puesta en valor de la polarización y del insulto como forma de hacer política, y está en la merma de las credenciales democráticas de un país que había sido un ejemplo en esa materia. De cierta forma, Estados Unidos deberá recordar a Benjamin Franklin: “Si haces lo que no debes, deberás sufrir lo que no mereces”.