Universidad Católica disfruta su presente. Es el actual bicampeón del fútbol local y principal candidato al título. En la Copa Libertadores no avanza a octavos de final, pero al menos clasificó en estos últimos dos años a la Copa Sudamericana como tercero de su grupo. Esta semana empató como visita frente a Sol de América, mereció ganar en Asunción y espera con ilusión llegar a la tercera fase del segundo torneo de clubes de la Conmebol.
¿Qué hubiera pasado si en 2013, 2014 y 2015 escuchaban los gritos del tablón o las redes sociales y abortaban el proyecto que conducía deportivamente José María Buljubasich? Lo más probable es que Mario Salas no hubiera alcanzado el bicampeonato de 2016. Hubo convicción de la mesa directiva, de los accionistas mayoritarios para soportar la borrasca, la misma que exhibieron cuando en la segunda rueda de 2018 irrumpieron las dudas por el estilo de Beñat San José, lejano a la tradición cruzada, pero efectivo.
Esas turbulencias no fueron vistas en Colo Colo. Es cierto que la caja de resonancia de la UC no retumba como la de los albos. Sin embargo, el ejercicio de frialdad, cuestionado entonces por muchos que hoy instalan el modelo de la Católica como referencia, estaba a la vuelta de la esquina y no fue advertido.
Las razones son variadas, aunque la disputa intestina de los controladores generó un desgobierno inaceptable que llevó a Blanco y Negro a protagonizar varios de sus peores episodios. No dejar entrar el bus de Deportes Antofagasta al Monumental, el pasado 26 de septiembre, es una perlita inolvidable.
Así se llegó al actual estado de situación, cuyo corolario reciente fue aplicar a Matías Zaldivia una licencia médica, como si la rotura del tendón de Aquiles de su pierna derecha fuera un accidente de trabajo común y corriente y no la grave lesión de un futbolista que forma parte del patrimonio institucional.
Si bien el entuerto se resolvió este jueves en una reunión de directorio, la torpe medida tiene un correlato con el ardid que planificaron en Pedrero para no jugar frente a los Pumas: no hay cabeza, no hay dirección y además existe una política de incomunicación generada por una agencia de comunicaciones...
La guerra civil que se libra al interior de la concesionaria, entre el bando del presidente y máximo accionista, Aníbal Mosa, y el grupo opositor, de Leonidas Vial, llevó a Colo Colo a concluir la primera rueda peleando el descenso. En esta vorágine, el director deportivo Marcelo Espina dilapida su condición de ídolo, mientras Harold MayneNicholls, en menos de seis meses, hipoteca el capital político-deportivo que construyó por casi tres décadas. El club social, con su decisión de pactar con Mosa y acomodarse al vaivén del “aplausómetro”, perdió también su lugar y hoy no incide ni siquiera como eventual reserva espiritual.
En la cancha, el equipo es un cuadro que hace rato cumplió un ciclo y que por largo tiempo, a partir del estilo de conducción de Mosa, cogobernó. El covid-19 y sus implicancias económicas desnudaron la fragilidad de esta alianza. En los próximos 19 partidos, se juegan 95 años de historia.