La pandemia ha golpeado duramente la actividad cultural, sobre todo aquella ligada a disciplinas artísticas, como el teatro, la ópera, la danza o la música, que reclaman el encuentro presencial de un intérprete con una audiencia para que la experiencia estética se verifique de una manera plena. Hace un par de días se publicó en Il Corriere della Sera una carta del director de orquesta italiano Riccardo Muti en la cual de manera elocuente daba cuenta de esta encrucijada a raíz del decreto gubernativo que restablecía en Italia las restricciones a este tipo de espectáculos. El reclamo de Muti mereció una respuesta inmediata y extensa del presidente del gobierno, Giuseppe Conte, publicada en el mismo periódico. Como trabajé años en la edición de las cartas al director, puedo dar testimonio de lo inusual y extraordinario que resulta que un jefe de gobierno le responda personalmente a un ciudadano a través de un medio de comunicación. No ocurre casi nunca. Es un gesto que revela una máxima consideración de parte de aquel respecto a la persona y la actividad que ese ciudadano representa.
El “diálogo” entre el político y el músico italianos —que puede leerse y ha circulado en las redes sociales— no solo aborda la emergencia, sino que es un ejemplo de civilización que se echa de menos en Chile. Los comentarios a esta noticia dejaban entrever una suerte de abandono del gobierno actual respecto de aquellas personas que en Chile cultivan estas artes y, de paso, replanteaban el lugar común, escuchado desde hace décadas, de que para la derecha la cultura no es una prioridad política.
Los lugares comunes son simplificaciones imposibles de verificar ni refutar, pero usualmente poseen un núcleo de verdad. La impresión que me formo, en efecto, del primer gobierno del Presidente Sebastián Piñera y de lo que lleva andado del segundo —la versión concreta de la derecha política— es que no ha existido en ningún momento la voluntad de desvirtuar decididamente ese relato. Ha sido siempre una política de continuidad respecto de lo obrado y planificado por los gobiernos de centroizquierda y que, solo gracias a la competencia y compromiso personal de las autoridades del sector, ha permitido alcanzar algunos logros específicos muy destacables; sin embargo, la acción de estos se despliega en los márgenes de una gestión cuyo foco, independientemente de cuáles sean las circunstancias, se dirige hacia otra parte, la promesa de mayor bienestar, de seguridad y riqueza que, cuando resulta incumplida como ahora, deja una sensación de vacío, derrota y sinsentido. De fondo, ha faltado la visión de un político que, como dijo Conte —un académico de derecha—, piense que una nación no puede sobrevivir sin la experiencia compartida de una cultura común.