No es posible sustraerse a los climas sociales, políticos y emocionales imperantes en un país, cualquiera sea el área en que uno se encuentre. Por lo demás, nadie de mínima sensibilidad desearía sustraerse, por compleja que sea la realidad. Tampoco puede escapar el deporte, y menos el fútbol, de lo que hoy ocurre en nuestro país.
De todos los “microclimas” que se viven hoy durante la espera del plebiscito, con seguridad el de la “normalización de la violencia” es el más inquietante, el menos respirable, el de mayor toxicidad. Si las conductas violentas son en sí repudiables, por el daño material y psicológico que producen, su aceptación como actos normales es aún más peligrosa socialmente. Aceptarla es posiblemente una expresión de locura, pero existe y hasta se ha escuchado decir que la noticia era la reunión pacífica de personas en la plaza Baquedano y no los incendios producidos en sus inmediaciones.
Como un botón de muestra de lo que se sostiene en esta columna, los incidentes graves comenzaron en la plaza cuando se enfrenaron violentamente, como hacen siempre, barristas de Colo Colo y Universidad de Chile. Ellos hacían su espectáculo aparte, ofreciendo a todo el mundo lo que al fútbol le ofrecen casi semanalmente, cualquiera sea el rival. Más aún, es tan morbosa y enfermiza esa actuación, que es común que se enfrenten entre los integrantes de una misma barra. Es habitual, en realidad, con distintos grados de gravedad, como cuando el llamado “Barti” apuñaló a otro “garrero” en el Monumental. (Así como hay “fuego amigo”, ¿estas fueron “puñaladas amigas”?).
No nos puede sorprender, con el historial de las barras enfermas, que haya gente que incendia buses e iglesias, que destruye semáforos y luminarias, pues los venimos viendo en acción hace demasiados años. Si quiere usted otra similitud, digamos que fue el entonces Cuerpo de Carabineros el que ofreció, en 1929, proteger a los árbitros de los hinchas revoltosos. Desde entonces son los primeros en llegar a los estadios y los últimos en irse. ¿Qué hacían los hinchas entonces? Les gritaban groserías a los árbitros y les tiraban una que otra piedra.
Son siempre las mismas fuerzas enfrentadas desde que se comenzó a imitar a los espectadores argentinos, que empezaron con la masiva injuria vociferante para terminar en lo que están ahora, aunque sus estadios los empezaron a incendiar en 1910 o antes.
De modo que nadie sabe mejor que nosotros en la sociedad chilena cómo opera la violencia y como esta se comienza a normalizar. Ya nadie se escandaliza cuando grupos de descerebrados secuestran un bus con pasajeros y lo destruyen. Ni cuando pintarrajean las paredes y rejas de las casas vecinas a los estadios. Ni cuando roban lo que pueden de los automóviles estacionados en las cercanías e incluso al interior. Ni cuando destruyen los baños y toda construcción.
Tan normalizado está todo, que no nos sorprende nada. Que a Colo Colo no le quiten los puntos por no presentarse a jugar contra Antofagasta, que a la U la mantengan mañosamente en Primera División.
Pero esa es otra violencia (la que llaman estructural). Que no justifica la otra.