A punta de cámaras digitales, locaciones naturales y costos de producción bajísimos, Nigeria ha construido la segunda industria fílmica del mundo, detrás de la India. Ha sido un crecimiento explosivo, de muy pocos años, y carga por tanto con los dos problemas: el de la poca experiencia y el del adocenamiento que toda estructura industrial implica siempre, con grado mayor o menor, para el mundo creativo. El centro de esta industria —ya conocida como “Nollywood”— es Lagos, la ciudad nigeriana más poblada, y su público preferente, la diáspora diseminada por África y Europa.
Òlòtûré es una muestra de este cine, posiblemente no de su singularidad, pero sí de sus capacidades profesionales, dada la presencia de Netflix y de sus estándares de televisión de alta definición.
La historia comienza con la entrada de tres mujeres estridentes —bulliciosas, voluptuosas, colorinches— a un bar que también es un prostíbulo. Allí aparece la joven
Òlòtûré, que se hace llamar Ehi (Sharon Ooja), una doble identidad que se explica porque en realidad no es una prostituta, sino una infiltrada, una colaboradora del periódico The Scoop que trabaja con el periodista Emeka Okoyo (Blossom Chukwujekwu) para desenmascarar a una de las redes de traficantes que “exportan” mujeres africanas para prostitución en Europa.
Las cosas son un poco extrañas. Por un lado, Ehi vive en una comunidad de prostitutas, pero no está dispuesta a llevar muy lejos la simulación. Por el otro, el periodista mantiene informado no solo a su jefe, sino también a la policía. Las finalidades de ambos parecen tan honorables como confusos los medios que emplean.
Ehi se sumerge en el mundo de sus compañeras, para ir descubriendo lo que es evidente: la miseria, la explotación, la degradación y la violencia de las que son víctimas estas mujeres, en un mundo de doble opresión, la de las clases sociales y la del patriarcado. La secuencia de estas revelaciones va dando a
Òlòtûré la configuración de una fábula siniestra, una alegoría fatal que se organiza en torno a la idea del escape.
La tecnología digital facilita el rodaje con la luz real, la estridencia de los colores, el desplazamiento de la cámara por lugares difíciles y los planos de larga duración. Es una fluidez que podría ser la de un neorrealismo a la nigeriana, solo que invertido con los mecanismos de un cuento con propósitos morales.
Este es el tercer largometraje de Kenneth Gyang, uno de los cineastas jóvenes más premiados del cine nigeriano, lo que probablemente explica el reclutamiento de esta película para el circuito global de Netflix.
Òlòtûré es una ventana de aproximación al curioso mundo de Nollywood.