Ha sido provechosa la polémica suscitada a partir de la propuesta de un edificio subterráneo en el Parque Forestal, para albergar al Museo de Arte Contemporáneo, junto al Museo Nacional de Bellas Artes. Desde luego, existe el antiguo anhelo de hacer de ambos recintos un solo itinerario, y también se habla de la posibilidad de fusionar sus colecciones públicas, que en conjunto representan el mayor tesoro artístico de la nación; pero aun si se unieran, las obras en bodega son tan vastas, que se justifica la creación de un nuevo espacio expositivo.
El proyecto difundido es iniciativa de un grupo de empresarios y ha sido puesto en discusión pública recién a partir de las reacciones que despierta, sin haberse debatido con antelación la ubicación de la obra y sus consecuencias sobre el paisaje y las comunidades aledañas, ni sus características físicas y real factibilidad. La polémica ha puesto a la vista cuestiones del diseño contemporáneo que hoy resultan ineludibles a la hora de abordar espacio y equipamiento público en paisajes urbanos consolidados y en centros históricos protegidos, sobre todo con los antecedentes del deplorable proyecto subterráneo que privatiza y divide en dos al Parque Araucano en Las Condes; o del fallido intento de utilizar también el subsuelo del Parque Alberto Hurtado con fines privados hace algunos años. Hoy sabemos que es imposible pretender intervenir espacios significativos sin que los conceptos fundamentales hayan sido acordados de antemano con las comunidades involucradas. En segundo lugar, que la actual consigna de las ciudades más modernas y bellas del mundo es no sacrificar ni un solo centímetro cuadrado de parque auténtico, aquel de suelo absorbente y arbolado frondoso, destinado al esparcimiento sin condiciones; mucho menos uno con la calidad y significación histórica de nuestro Parque Forestal. Al contrario, hoy vemos cómo por todo el mundo se reconvierten en parques áreas urbanas anteriormente destinadas a infraestructura vial, industria o equipamiento. Tercero, que los centros históricos no necesitan más intervención que conservar y dignificar lo existente, mientras que los enormes recursos y voluntades políticas involucradas en la gestión de un proyecto como el que se pretende ahora deben ser estratégicamente invertidos como detonante de regeneración en zonas de la ciudad que están deprimidas, pero tienen potencial de desarrollo por su localización y condiciones urbanísticas. Construir en medio de un parque es cosa del siglo pasado. Invertir para rehabilitar es cosa del futuro.