La mayoría de los árbitros son íntegros. Cobran lo que realmente ven, no se atemorizan por el público, no favorecen a ningún equipo, no anteponen el brillo del espectáculo a la justicia ni venden su opinión por oferta alguna. Esa es la gran mayoría.
Hace justo una semana los chilenos vimos cómo éramos despojados de un esperanzador estreno en las clasificatorias del Mundial. No esperábamos mucho de nuestro seleccionado. En realidad, esperábamos poco o nada. En especial dudábamos de la eficiencia que podía alcanzar una defensa formada por jugadores sin experiencia conjunta. Pero todos cumplieron.
Sabiendo, como bien sabemos, que estamos asistiendo a los últimos fulgores de la generación dorada, disfrutamos de la actividad de Alexis, del manejo de Vidal (más atrás de lo que su calidad aconseja) y de Aránguiz.
Hasta que entró en juego Eber Aquino, un discreto árbitro paraguayo que a cuatro años de dejar el referato fue designado por primera vez como árbitro principal de un partido clasificatorio a un mundial. Un desastre.
Aquí hay que repetir lo dicho muchas veces en los últimos días: la sospechosa diferencia de procedimientos en dos ocasiones.
Cuando una aparente falta penal perjudicaba a Chile, Aquino vio el VAR para apreciar la acción de Vegas. Rebote y mano. Penal. Bueno ya.
No hubo discusión. El relato chileno, el público chileno, todos por acá aceptamos la decisión del árbitro por una razón: porque la regla no es clara. La regla, no el VAR, no el arbitraje. Es la regla.
Se entiende —bien o mal— que si la pelota llega a la mano desde un rebote en el infractor, no hay penal, salvo que la mano no esté ocupando espacio no natural. Esa salvedad ya es estúpida, pues cada movimiento debe considerar la dinámica completa del cuerpo. Si un defensor se desliza por el pasto para obstruir un disparo, sus brazos adoptarán una posición determinada, distinta a la que adoptarían en un salto. Obvio. Pero aceptamos el criterio del árbitro, que pretendía que Vegas se deslizara para impedir el centro con los brazos pegados al cuerpo. ¡Habrase visto!
Aceptamos tantas cosas.
Pero lo del minuto 89 no tiene perdón para Aquino, que ensució el espléndido gol con que Chile empato en el 54 (Alexis) y abrió la puerta al escándalo cuando no sancionó con penal la mano notoria, evidente de Coates. Rebote y golpe en la mano abierta. Y esta vez ni siquiera vio el VAR. No fue necesario. Este tipo sabía que tenía que hacer algo antes de que terminara el partido. Era su misión.
No hay caso. Se fue Blatter, ya no están Havelange, Leoz y Grondona, pero siempre habrá un Aquino en alguna parte.
Después vino lo de Colombia. Pero debía escribir esta denuncia. Si seguía esperando, capaz que se me pasara la rabia.