A estas alturas, plantear en serio el debate de si Arturo Vidal es el mejor jugador chileno de la historia no es una afrenta ni menos, como dicen los que aborrecen las comparaciones, una falta de respeto con la historia. Es un ejercicio serio. Y de justicia.
Claro, es obvio que las épocas son diferentes así como los medios y las oportunidades difieren. Pero hay algo que sí se puede tomar como parámetro para establecer ciertas escalas de valoración: la trascendencia que se ha tenido en el momento histórico que les ha tocado vivir a los que se les quiere comparar.
Tomando eso como gran pilar, parece más o menos claro que difícilmente haya algún otro jugador que supere a Arturo Vidal en la historia del fútbol chileno.
El volante de Inter de Milán, así como Alexis Sánchez, Claudio Bravo y Gary Medel, aparece como piedra angular, insustituible y demasiado trascendente en la generación que más logros ha obtenido Chile a nivel internacional. Cierto. Cualquiera de los que obtuvo el tercer puesto en el Mundial de 1962 sentirá con razón que llegó más lejos que Vidal en la competición más importante del fútbol y que ese es un mérito difícil de igualar. Pero ninguno de ellos puede, sinceramente, atribuirse la importancia de ser tan esencial en una generación completa y por tanto tiempo. Esa es la diferencia.
Pero no es solo la impronta generacional lo que distingue a Vidal de cualquier otro futbolista chileno. El fútbol es una actividad colectiva y, por tanto, los logros personales (como los obtenidos por figuras notables como Figueroa, Salas y Zamorano, por ejemplo) no pueden ser los que primen a la hora de los rankings futboleros. Deben ser, al menos, relacionados con objetivos cumplidos por sus respectivos equipos. Y en la selección, por cierto.
Incluso si se estableciera como punto de comparación ese discutible único parámetro de impronta personal, también se anotaría Vidal varios puntos a favor, porque ha mantenido por muchos años una valoración importantísima en el primer mundo balompédico (solo Alexis y Bravo le hacen el peso en ese aspecto).
Veamos. Desde su llegada a Bayer Leverkusen (2007) hasta su presente en Inter, el volante siempre ha estado en niveles de excepción por mucho que en su paso por Barcelona no tuviera, por única vez, el respaldo de sus entrenadores “por cuestiones de ADN”…
Hoy, a los 33 años, no es un veterano quemando sus últimos cartuchos antes de volver a Chile a retirarse. Tampoco está en una fase de reivindicación o tratando de retornar al nivel que tuvo antes. No. Es un jugador plenamente vigente que seduce a equipos con cierta ambición en Europa, por el que se pagan aún buenos montos. Y no hay mayores dudas de que al menos por un par de años más seguirá siendo un jugador valorado.
La reflexión de su estatus como el jugador de mayor tonelaje chileno viene como tema después de haberlo visto jugar como jugó en el estadio Centenario, en el inicio de las eliminatorias.
Vidal fue el farol de mayor luminosidad de una escuadra chilena que sorprendió a los incautos. Despojándose de todo ropaje principesco (que bien podría utilizar) llevó adelante el plan de reducción del rival aportando lo que se espera de un jugador de su talla: pierna fuerte, claridad de distribución, liderazgo, contagio de emotividad y lucha.
Eso no lo hacen los buenos jugadores. Lo hacen los cracks.